Opinión

Un chupete para padres

Llega el mes de agosto y los que han superado la edad de llevar a los cativos al parque porque ya no se quieren cruzar contigo nada más que para pedirte pasta se encuentran con un nuevo problema. Y no es precisamente la enfermedad muy contagiosa pero pasajera de la adolescencia. Ahora, cuando ya parece que podrás disfrutar de la lectura o de un siestón de los que te dejan las estrías de la toalla marcadas en el careto, localizar un sitio en la playa, en la piscina o en la orilla de un río sin niños cerca que te den la turra se convierte casi en obsesión para muchos. 

La tarea no es sencilla y además pecamos de injusticia. La monserga no la acostumbran a propinar los churumbeles sino los histéricos progenitores, ya que chillan más que sus retoños, muchas veces discuten por asuntos más insustanciales y, por supuesto, la disculpa cuando te bañan en arena sin prestar el mínimo cuidado no va con ellos.

Ayer mismo, una abnegada madre, también podría ser un esforzado padre aunque no fue el caso, se pasó más de una hora hablándole a todo volumen a un bebé al que todavía le faltaba algún meses para cumplir el año. Y cuando la llamaron por teléfono los varios centenares de personas que llevaban un castigo supino, se enteraron de que el chavalito es tan listo que en un tris lo nombran ministro; que da unos saltos mortales de la cuna a la cama que en nada lo apunta a un programa bazofia de televisión de los que se estilan ahora; que su apetito es del tamaño de un trabajador del andamio; que como ya parece que le asoma la piñata pronto tendrá que rascarse el bolsillo para ponerle aparato; que en vez de empezar a dar sus primeros pasos se echará a correr, que...

Después de observarla y escucharla un tiempo, resultaba imposible no hacerlo, pareció que el chaval se moría de ganas por enchufarle el chupete a la madre para que cerrase la boca un rato. Como la abuela esa del anuncio que a los 85 años pidió a sus hijos que la llevasen a una playa nudista, este chófer de anécdotas también tuvo que pasar por el trance de contemplar al personal en cueros. Y lo que más sorprendió no fue la desnudez descarada de la peña, sino la educación de los adultos, el excelente comportamiento de los rapaces y el sobrecogedor ruido de una tarde de paz.

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