Opinión

Con razón y culpa

La experiencia no camina necesariamente al paso de la razón. Los años pueden almibarar el carácter más cerril, pero el que nace cabrón como tal se comporta hasta el día que lo encierran para siempre en la caja. La Policía Nacional identificó el pasado domingo en Vigo a un hombre de 79 años al que acusa de causar destrozos en 120 coches en el barrio de O Calvario en un mes. El fulano fue sorprendido en plena faena por un afectado, pero en vez de amilanarse ante la llamada de atención por los desperfectos que acababa de ocasionar respondió golpeándole en la cara. 

La noticia trajo al presente una frase de Carlos Augusto Casas escrita en el libro 'Ya no quedan junglas adonde regresar', obra ganadora del VI Premio Wilkie Collins de Novela Negra y que te mantiene atrapado desde la primera línea hasta que lamentas el punto final: "Lo peor de envejecer es volverse inofensivo". El protagonista de la historia, un viejo apodado "El Gentleman", se pasa la vida descontando las horas entre jueves y jueves para encontrarse con una prostituta con la que charla cariñosamente en vez de encamarse, hasta que ella aparece brutalmente asesinada y él decide ajustar cuentas con los cuatro abogados sospechosos de haberle quitado la razón para seguir en pie.

El comportamiento del viejo vándalo de Vigo no obedece a motivos elevados, sino a razones tan rastreras como las de jorobar al personal, o al menos eso se infiere de los datos aportados por la policía. En su ficha aparecen doce detenciones por rayar coches, introducir palillos en las cerraduras para inutilizarlas, cargarse portales de edificios y repartir paraguazos o bastonazos cuando es sorprendido. Calculan que en doce meses ha provocado destrozos en más de un millar de vehículos, daños que fácilmente pueden superar los 300.000 euros por la cuenta de un chapista de confianza, y tiene a los vecinos atemorizados. 

A pesar de las fechorías contrastadas y de varias multas, según los vecinos, el hombre sigue en la calle porque nadie ha creído conveniente ponerle un chaleco para protegerlo de sí mismo. Tener un porrón de años tiene sus ventajas. Pero el día que a alguien con peores pulgas se le cruce el cable al ver su coche marcado con garabatos temblorosos, puede acabar en el trullo. Con razón y culpa. 

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