Opinión

Dinero para morir

E l tipo del restaurante hizo dinero "para aburrir", según dicen los parroquianos. En su comedor se sentaban dos docenas de personas que recordaron repentinamente al finado porque no sabían que su corazón había dejado de latir  unos meses antes de llegar a la jubilación. La mujer sigue atendiendo al negocio en un pueblo de León y sólo ha visto una vez el mar. Acabará enterrada en dinero, como su marido, sin poder disfrutar del trabajo de tantos años.


El abuelo paterno le obligaba a cantar el 'Cara el sol', el materno 'La internacional socialista' y el rapaz creció con la sana intención de tener panoja en el peto para mandar a los dos al carajo. El servicio militar lo destinó a Galicia y allí se enamoró del bacalao. 


Encontró un filón. Un producto que no depende de los vaivenes de la marea sino de andar despierto en la puja, como sucede con el pulpo. Y en el mar de Castilla se hinchó a vender raciones de pulpo hasta que veinte años después pudo llevar a la familia a ver el mar de Samil. Les pareció poca cosa a gente acostumbrada a un océano de trigo, pero no quisieron contrariar la opinión del padre. 


El día que lo enterraron en la caja le pusieron un trozo de bacalao y una pata de conejo. Fueron los productos que permitieron a un tipo sin estudios levantar dos restaurantes, acumular dinero en el calcetín a 'esgalla' y morir con promesas sin cumplir.


La tarde en la que se declaró a su mujer le prometió un viaje a Galicia que nunca hicieron. Lo fueron aplazando por compromisos laborales –el que tiene tienda que la atienda– y familiares, porque cuando no fallece un suegro es una suegra. Ella conoció el mar porque él dejó dispuesto que quería que sus cenizas se depositasen en Baiona. 


Ayer, bacalao a la gallega y conejo al estilo de la casa salió a 14 euros el plato. Demasiado barato para una vida entregada al negocio. A unos metros, Anunciación, sueña con cerrar una semana para ver el océano del que tantas maravillas le ha contado su colega que ya está en el cementerio. 'Anun' también tiene dinero en el banco "para aburrir" y la vida es algo más, un instante para malgastar como le cuenta cada cliente que se acerca para llevarse sus irrepetibles magdalenas.  

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