Opinión

El obrero

Para que un buen discurso te atrape no hace falta una tribuna. Dos jubilados se enzarzaron en un debate en el abrevadero por el rejonazo verbal que propinaron unos jóvenes del Frente Obrero –grupo escorado a la izquierda sin disimulos–, a Íñigo Errejón a la salida de un acto en Madrid esta semana. "Sois unos traidores. Los obreros votan a Vox por algo", tuvo que escuchar el fundador de Podemos y ahora en la candidatura Más Madrid de Manuela Carmena para intentar el asalto a la presidencia de la comunidad. Mientras uno de los clientes criticaba sin calado el viraje ideológico de Podemos abundando en argumentos recurrentes pero difíciles de rebatir como la decisión de Irene Montero y Pablo Iglesias de criar a su mellizos en un chalet después de jurar amor al barrio y a Vallecas, el otro recogió a los obreros para improvisar una teoría sociológica. 

"La gente cada día piensa menos. Podemos nunca ha sido un partido obrero. La palabra obrero, si es que hay, porque ahora todos son técnicos de algo, sólo aparece de momento, porque creo que desaparecerá pronto en el PSOE. Partido Socialista Obrero Español y digo obrero porque hasta han cambiando la rosa y el puño por un corazón. Todo muy almibarado como Pedro Sánchez. Desconozco este país y sus gentes. Ahora, me preocupa que haya juventud que apoye a Vox. Me parece a mí que estos lo van a pasar muy mal. No saben qué es Vox ni lo que pretenden. Madre mía, lo que hemos criado. Y la gran esperanza del centro derecha en las páginas del corazón por el supuesto idilio con una cantante. Estoy muy contento de pertenecer al siglo pasado porque no entiendo nada. Creo que se ha pasado mi tiempo".

Se despidió con una risotada y al llegar a la puerta se giró para firmar su discurso. "Y yo sí he sido obrero". Sus palabras sentaron entre la audiencia variopinta como un sermón en el lupanar del pueblo, pero con razonamientos más simples se han levantado columnas. La política gallega también continúa jugando a la silla sin grandes motivos ideológicos. A veces da la impresión de que los movimientos para cambiar de camiseta o montar otro negociado obedecen a razones laborales porque casi nadie quiere ser obrero en el tajo. 

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