Opinión

El silencio que mata

Hay silencios que matan o ayudan. Sucede con los casos de violencia de género que nos callamos; con el conductor al que permitimos coger el coche mamado; con el malote que pasea a un can de raza peligrosa sin bozal o lo maltrata y no lo denunciamos por miedo a las dentelladas del animal de dos piernas; con los irresponsables que cazamos perpetrando una quema en el monte con altas temperaturas; y hasta con las situaciones de indisimulable desesperación anímica que no queremos ver para evitar complicaciones. 

La cativa contó el fin de semana que un chaval de su clase había intentado suicidarse atiborrándose de pastillas en el servicio. Un par de días más tarde del revuelo con presencia policial y sanitaria en el instituto, el mozo agradeció las muestras de apoyo en el grupo de WhatsApp de los alumnos, pero a las pocas horas envió una llamada de socorro estremecedora mediante un mensaje de voz. Los compañeros se movilizaron inmediatamente para avisar a sus padres, a los profesores y a la policía. 

El ímpetu de los adolescentes con sus problemas casi siempre se interpreta con sordina, y más cuando te dicen que el profesor aplazó el examen programado para el día siguiente, pero Andoni Anseán, presidente de la Sociedad Española de Suicidiología, advierte de que aunque el suicidio continúe siendo un tema tabú, resulta la primera causa de muerte entre los jóvenes varones entre 15 y 29 años. En 2015 se contabilizaron un total de 3.602 suicidios en España. Las provincias de Lugo y Málaga y las comunidades de Asturias y Galicia lideran esta estadística. La Xunta ya ha elaborado un plan. Hay que implicarse como los chavales del instituto. "Silenciar el suicidio mata", afirma Anseán. 

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