Opinión

Es la tierra, estúpido

El metro de Madrid lleva al poema Insonnio ('Hijos de la ira') de Dámaso Alonso: "(...) por qué se pudren más de un millón de cadáveres en esta ciudad de Madrid, / por qué mil millones de cadáveres se pudren lentamente en el mundo (...)" Durante las noches de vigilia tumbado en la cama, el poeta interpela a Dios sobre el sentido de sus 45 años vividos, el sentido de la vida de los madrileños y el de los habitantes del planeta. Las caras de los viajeros a estas horas tempranas de la mañana parecen de funeral, aunque a pocos curros se va con cuerpo de fiesta. El vagón se convierte en una metáfora aterradora de los sueños estropeados por la cruda realidad. 

Entre los marcadores de  noticias pendientes de lectura pausada –Fraga arrancaba las páginas que le interesaban de los periódicos– aparece un reportaje en La Región de la compañera Elisabet Fernández. "Ingeniería agraria, el grado con menos interés del Campus de Ourense", reza el titular.  Sólo una veintena de personas quieren cursar esa carrera en una tierra con posibilidades de ser un granero colosal. El grado no consiguió cubrir las 45 plazas disponibles, la tierra no seduce a las nuevas generaciones.

En la campaña electoral a la presidencia de Estados Unidos de 1992, Bill Clinton consiguió tumbar a George H. W. Bush, con los sondeos favorables y una popularidad histórica del 90% por la política exterior tras el fin de la Guerra Fría y la Guerra del Golfo Pérsico, con un lema oficioso que acabó convirtiéndose en aforismo: "La economía, estúpido". También habría que recomendarle a los chavales que desbrozan su futuro académico: es la tierra, estúpido. Cada individuo es dueño de elegir su destino, pero sólo la tierra da frutos y no se necesita el metro para llegar a la economía.

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