Opinión

La bandera y la alfombra

El vecino del quinto lleva un par de semanas sacudiendo el mantel y las alfombras por la ventana. Antes lo hacía con disimulo para no encabronar a la comunidad, pero el otro día incluso se atrevió a colgar varias prendas de la colada. La presidenta del edificio, una resuelta maestra jubilada, realizó consultas secretas entre los vecinos para consensuar el apercibimiento al propietario rebelde. Cuando finalizó las conversaciones de ascensor con aroma a confesionario se plantó en su puerta para explicarle que en A Coruña la multa por sacudir tapetes por la ventana en un edificio que da a la fachada marítima asciende a 750 euros, rejonazo que la mayoría desconocía. 

Según contó la presidenta, el tipo, un cachondo también jubilado, escuchó con interés y gesto de agradecimiento que la delación no impregnase el ánimo del resto de propietarios, pero cuando terminó la reprimenda le contestó que mientras hubiese banderas colgando de algunas ventanas, él seguiría tendiendo los gayumbos cuando lo creyese conveniente y el tiempo se lo permitiese. El hombre tenía apuntados todos los pisos en los que ondean tanto banderas de España como un par de 'estreleiras' que reflejan como anda el soberanismo por estos pagos. Le ofreció la lista por si los quería sumar a la denuncia. Argumentó en su defensa que él era partidario de mantener vivo el espíritu del movimiento 'ParlemHablemos' que anima a colgar sábanas en las fachadas con la finalidad de reclamar una solución dialogada al conflicto catalán, pero lo tiene que hacer con sus prendas interiores porque anda escaso de ropa de cama blanca.

La presidenta regresó descompuesta y con ganas de aplicar un 155 comunitario, pero al resto la respuesta del vecino del quinto le pareció una genialidad ante la sobreexcitación de banderas que hay en este momento. El nacionalismo español le debe mucho a Carles Puigdemont, a Junqueras y a la CUP. Ni la Roja y el Mundial conseguido en Sudáfrica han desatado tanta pasión por la bandera. Rajoy destrozó el otro día a Gabriel Rufián y a Joan Tardá diciéndoles que "lo exagerado acaba siendo intranscendente". Detrás de las exaltación de banderas tampoco hay mucha transcendencia y sí algo de fanatismo. 

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