Opinión

Más de toalla que de botafumeiro o bandera

El ser humano necesita ritos que pauten su vida. Y la Iglesia desde siempre ha sabido aprovecharse, adornando con su floreada liturgia los momentos fundamentales en la vida de un tipo. Incluso un entierro parece menos solemne si no hay un cura que propine un buen sermón y le diga al personal cuando puede pirarse.

El Día Nacional de Galicia, Día da Patria, Día de Galicia, Día del Apóstol o simplemente festivo para algunos muchos, hay dos grandes ritos en escasos metros. La ofrenda al Apóstol en la Catedral de Santiago y el grito por la soberanía del pueblo gallego del BNG en la Quintana. También están las celebraciones de distintas sensibilidades nacionalistas como Anova o Compromiso por Galicia repartidas por varios puntos de Compostela pero, incluso sumando los actos civiles y religiosos, suscita más interés la playa. Ya puede venir un rey a abrazar al 'santiño' o pueden alertarnos de que en Madrid se va a repartir otra vez café y nosotros tendremos que contentarnos con la cascarilla si no hacemos nada que, excepto los incondicionales del Obradoiro y de la Quintana, Galicia es más de toalla que de botafumeiro o bandera.

Se llenó la catedral y más se abarrotó la Quitana. Cada sentimiento fue mayoritario en su respectiva plaza. Miles de coches colapsaron los accesos a los soleados arenales del sur. La peña es libre de gastar o malgastar sus horas libres donde le tire de un pie, pero el tapón circulatorio ilustra la temperatura soberanista de esta tierra de aristas y de un pueblo que rezuma retranca.

Los nuevos reyes estrenaron un renovado 'campechanismo' y repartieron manos como si se fuese a celebrar un referéndum para justificar sus privilegios, pero el gallego, aunque calle, no traga. "Eu digo que somos moitos a mantelos e están moi delgadiños", comentó en la Ser un señor que se acercó a curiosear al Obradoiro ante tan ilustre visita. Poco más de medio millar de personas jalearon a los monarcas y alguien lo puede interpretar como un pinchazo real. El PSdeG celebró el día en la intimidad de Rianxo, delante del busto de Castelao, al lado del mar, cerca de la playa, sin descubrir su flacidez o fortaleza. Pasó el rito, queda Galicia. Todos los días. Siempre.

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