Opinión

Ya ni la lluvia nos salvará

Confiaba en la lluvia la escritora Luisa Castro para que Galicia resistiese a la 'marbellización' de su costa. Lo dijo hace una década en el programa 'Esta es mi tierra' de La 2 mientras enseñaba Foz, un concello tratado sin piedad ni escrúpulos tanto por constructores como por quienes autorizaron un urbanismo sin gramática para que los castellanos pongan los pinreles a remojo un mes al año. 

Foz ya no tiene más remedio que la dinamita, como aprobaría el genial Isaac Díaz Pardo para despropósitos como la Cidade da Cultura. También nos hemos cargado las Rías Baixas, con Sanxenxo a la cabeza, para resultar atractivos a un turismo de masas en vez de apostar por un viajero de calidad. Y ya ni la lluvia parece que pueda salvar espacios de una belleza natural sobrecogedora como la Ribeira Sacra o la Costa da Morte, aunque en este trozo de  las Rías Altas no se puede culpar a los forasteros de los años de feísmo desatado.

La Xunta sacó pecho por la campaña turística de la Semana Santa. La ocupación media del 85% supera las cifras del anterior ejercicio. Sería un buen momento para analizar desde lo alto de la ola si es lo que se quiere para el futuro. A este paso la Ribeira Sacra puede acabar convertida en un parque temático asfaltado en vez de conseguir el reconocimiento de Patrimonio de la Humanidad. Paula González, propietaria de la empresa Perriturismo y de Cabo do Mundo, casa de turismo rural con un espectacular mirador sobre el Miño, manifestaba ayer su temor o pavor a que este paraíso acabe convertido en una suerte de circo como le pasó a la playa de As Catedrais. Ya se sabe que el turismo de masas es invasivo. 

En Fisterra, un colega ourensano se sorprendió de la eterna caravana de coches en el camino que conduce al faro, el lugar donde acaba la tierra y principia el mar. Mientras daba vuelta, con buen criterio, echó en falta a un policía local, a un benemérito o a alguien de Protección Civil que advirtiese al resto del personal de que a veces resulta imposible llegar en coche al fin del mundo aunque te creas descendiente del Cid y el marisco te resulte tirado de precio. En Ferrol, los paisanos acostumbran a decir al turista que sus imponentes arenales son un pestiño y siempre llueve. Guardan el secreto. 

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