Opinión

"No tengo entradas para nada"

El estado del WhatsApp del periodista Gaspar Rosety, prodigioso narrador recientemente fallecido, avisaba: "No tengo entradas para nada". Es presumible que estuviese harto de las peticiones para esos partidos que nadie quiere perderse o a los que se quiere asistir sin aligerar el bolsillo, pero como su corazón era del tamaño de su voz acababa haciendo malabares para no dejar tirado al amigo.

Hace una quincena de años, un compañero del periódico suplicó a este chófer de anécdotas que acreditase como periodistas a dos colegas ourensanos para presenciar una carrera de Fórmula 1 en Barcelona. A desgana y después de varias negativas, se envió el fax acreditando a los dos rapaces como redactor y fotógrafo. Fue la primera vez y la última. El día de la carrera telefoneó un responsable de comunicación de la organización para preguntar si en la redacción acostumbrábamos a currar fumando canutos o mamados. "Creo que los pilotos están colocados por el tufo a marihuana y sólo les ha faltado subirse a un coche y participar en la carrera", comentó muy enojado. Mil disculpas después, incluso llegó a reírse al explicarle que para muchos ourensanos la afición por el motor es tan intensa como la pasión por el licor café. Al año siguiente, cuando quisimos enviar a un periodista de verdad el pase fue comprensiblemente denegado y no hubo manera de que la organización cambiase de opinión.

Unos meses antes de las últimas elecciones municipales, un alcalde del BNG llamó para pedir que intercediese ante el presidente de la Diputación de A Coruña, Diego Calvo, porque llevaba meses sin atender a su solicitud formal de audiencia. Alucinado, tanto por las zancadillas institucionales cuando no se pertenece al mismo partido como por la consideración del regidor hacia la capacidad de un periodista para allanar el encuentro, la eficaz responsable de prensa del por aquel entonces presidente de la Diputación coruñesa arregló el malentendido al instante. No se trataba de un veto al alcalde nacionalista, sino de una carta de respuesta extraviada por el camino.

Ayer, un viejo amigo telefoneó para pedir un favor de características similares. En ese momento recordé a Gaspar Rosety y su "no tengo entradas para nada".

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