Opinión

Obedientes y conformistas

El pasado mes de junio algunos agoreros anunciaron en A Coruña una gran asonada contra el 'rebelde' Gobierno de la ciudad que preside Xulio Ferreiro. Con buen criterio, el Concello decidió frenar la imparable invasión de las terrazas en 34 calles peatonales colocando unas chinchetas metálicas para que delimitasen el espacio de uso de cada garito. No se trataba de una medida desproporcionada, ya que sólo se exigía que se respetasen 2,5 metros en las vías más estrechas y tres en las anchas para que pudiesen circular los peatones y acceder un vehículo en caso de producirse una situación de emergencia, pero estaban tocando la caja de a la hostelería, un sector que se convierte en impagable agente electoral por el contacto continuo con el personal. 

"Ahora sí palman las próximas elecciones", pronosticó con más ganas que datos fiables el dueño de un establecimiento al que la movilidad le tira de un pie. Pasados casi cuatro meses y apagadas las tibias protestas iniciales, el Concello contempla con satisfacción y sorpresa el grado de cumplimiento de la norma. Somos una sociedad bastante obediente, como se comprobó cuando se prohibió fumar en los bares. 

Publicó Antonio Nespereira en este periódico que "el 51% de los ourensanos dan un notable alto a su puesto de trabajo y sólo un 5% está descontento con su empleo", según una encuesta realizada por el Instituto Galego de Estatística. Obedientes y conformistas mientras en el bolsillo haya un can para pagar las cañas en una terraza. La situación catalana propiciará, cuando menos, la revisión del modelo territorial. Y es descorazonador comprobar como el PP de Galicia, la fuerza mayoritaria, no levanta la mano como el PNV, otra fuerza de derechas, para fijar nuestra chincheta. 

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