Opinión

Un país de Margaritas

Al llegar la noche se deja caer por el bar. Viste siempre un impecable abrigo largo, no volverá a cumplir 70 años y casi no recuerda cuándo perdió el último diente. Examina con minuciosidad las tapas más jugosas para poder masticar con las encías y según tenga el cuerpo se pimpla tres ribeiros o tres riojas. El otro día los camareros contaron que se llama Margarita y desde que murió su madre hace dos años consume los días a salto de barra.

En casa nadie la espera y no es extraño que te la encuentres más tarde en algún otro garito a altas horas de la madrugada, siempre concentrada en el vaso de vino. A veces, cuando se pasa con la dosis, algún camarero amable la acompaña hasta su casa y sólo en esa situación rompe a llorar y se queja por el castigo de la soledad.

Puede parecer un caso aislado o anecdótico, pero se trata de un auténtico drama. Según los datos de la Encuesta Continua de Hogares de 2014 publicados ayer por el Instituto Nacional de Estadística, 125.500 personas mayores de 65 años vivían solas en Galicia, unas 10.700 más que en el estudio realizado el año anterior. Y muchos de ellos no cuentan con una pensión decente como Margarita para poder, al menos, precipitarse en un vaso de vino con la sana intención de encontrar un consuelo pasajero ni tampoco pueden distraerse con el bullicio de una gran ciudad.

La herida poblacional no tiene pinta de cicatrizar. El tercer barómetro "Cambridge Monitor' concluye que el 84% de los jóvenes con edades comprendidas entre 16 y 24 años tiene claro que tendrá que emigrar para ganarse el futuro como ya hicieron sus abuelos. Hace unos años, este chófer de anécdotas se encontró en Fisterra a los protagonistas de la celebérrima fotografía sobre el drama de la emigración sacada por Manuel Ferrol en el puerto de A Coruña en 1957. Cuando el socarrón Ángel Calo Marcote, 'O Jurjo', rememoró la triste escena en la que llora amargamente mientras intenta consolar el llanto de su hijo al despedir a sus padres, una hermana y varios primos, soltó una confesión demoledora: "No lloraba por los que marchaban, sino porque yo me quedaba".

Cuando llora Margarita, a veces también se lamenta por seguir aquí.

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