Opinión

Política de dos caras

Hay que nacer con una conciencia social muy acentuada, estar algo tocado o no tener nada mejor que hacer para enredarse en política. O carecer de escrúpulos si el paso se da con la intención de trincar o de asegurar la jubilación con un oficio decentemente remunerado.

La jueza Manuela Carmena confesó hace unos meses a la periodista Maruja Torres para un libro de conversaciones que acaba de salir publicado, que si pudiese rebobinar, por aquí iba a ir a la Alcaldía de Madrid. Es comprensible y lo pensará cada día, a pesar de que se haya tenido que esforzar para convencernos de que afronta el reto con entusiasmo sin desdecirse ni desmentir a la periodista. Y le ha tenido que retorcer el argumento porque realmente lo piensa. Es lógico. Unos sueltan la lengua y otros cargan la tecla mientras los recién llegados chupan palos sin haber tenido casi tiempo a romper nada. Así es el juego político. Unos ponen la cara otros son unos caras.

El día que se produjo el cambio en una de las ciudades rebeldes de Galicia, un antiguo colega brindó por el triunfo con el mismo entusiasmo con el que afrontó la campaña electoral. Las ganas por llegar al Gobierno municipal compensaban el cague por la bisoñez en la gestión municipal. Todavía no era consciente del lío en el que se estaba enrolando. Seis meses después, el chaval es una sombra que cuelga de un teléfono móvil. Ni tomando una caña en el abrevadero de siempre puede dejar de pensar en qué va a decir el concejal, saber qué acaba de decir el alcalde, estar atento a lo que dirán sobre lo que ha dicho el alcalde y tener respuesta en la recámara para el alcalde y para el concejal. Incluso ha adelgazado considerablemente.

Cuando un chófer de anécdotas se encuentra con un tipo que cayó en la política por convicción y entrega todos sus pensamientos a cambiar las maneras de gobernar sin destrozar los servicios públicos, pues le entran ganas de levantar el pie de la crítica y reconocer que es necesario que la gente decente se involucre aunque no siempre acierte con lo que propone. El jarabe de palo está garantizado, pero convendremos que los predecesores en las instituciones les han dejado el listón de la honradez demasiado bajo.

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