Opinión

El progreso era un semáforo

Hubo un tiempo no tan lejano en el que el progreso se identificó con un semáforo. Y así se fueron chantando por los pequeños concellos de Galicia aunque fuesen totalmente innecesarios. Tener un semáforo en tu localidad parecía que te alejaba del rural o te acercaba al mundo de la ciudad. Los alcaldes fueron sucumbiendo a la tentación de  colocar un semáforo en la entrada del pueblo, continuando el criterio electoral de que cada punto de luz significaba alumbrar un buen puñado de votos. 

Pasada la novedad, las señales lumínicas permanecían la mayor parte del tiempo apagadas o emitiendo el parpadeo de precaución porque el personal comenzó a mosquearse por la obligación de estar parado sin que pasase un solo coche durante ese tiempo malgastado. En Coristanco, un pueblo por el que había que circular obligatoriamente para adentrarse en la Costa da Morte desde A Coruña hasta que entró en funcionamiento la autovía hace un año, el semáforo organizó unos atascos kilométricos hace poco más de una década. La población autóctona se distinguía porque recurría a las 'corredoiras' para no caer en el embudo. El problema se duplicaba. 

Las pistas pensadas para dar servicio a la maquinaria agrícola y para trasladar el ganado hasta los pastos soportaban el tráfico de una carretera nacional mientras en el centro del pueblo sufrían la concentración de malos humos, sobre todo humanos. Durante el tiempo de espera sólo cruzaba un tractor la travesía principal, si se daba el caso. El problema tuvo fácil solución al sustituir el semáforo por una pequeña rotonda.

La alcaldesa de Lugo, la socialista Lara Méndez, acaba de anunciar que su gobierno modificará el plan de circulación vigente desde 1991 para hacer más restrictivo el acceso en coche al recinto amurallado. La intención es que sólo puedan entrar los residentes y los vehículos de reparto en horario de carga y descarga para que estorben el menor tiempo posible. Seguro que le caerá algún palo de la oposición o del pequeño comercio, como en su día le sucedió al nacionalista Miguel Anxo Fernández Lores en Pontevedra, una ciudad que se convirtió en ejemplo de progreso gracias a la peatonalización total del casco urbano. 

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