Opinión

La revuelta del clic

Avisó Álvaro Nadal, ministro de Energía, Turismo y Agenda Digital, en la Cope que el recibo de la luz podría salir este año unos 100 euros más caro y que entre las 20 y las 22 horas de ayer el coste sería un rejonazo y al mediodía ya estaba montada una cadena de protesta en el WhatsApp y las redes sociales. En menos de cinco minutos, llegaron más de diez mensajes con el mismo contenido: "(Emoticono bocina) Atención!!! Hoy a las 19 horas pagaremos  por encender la luz un 33% más. Esto es lo que permiten en plena ola de frío polar. (Emoticono nieve)Apaguemos las luces durante tan solo 20 minutos para que sus pérdidas sean notables y vean que SI TENEMOS VOZ!!!! (Emoticono careto mosqueado). Anima a tus amigos y familiares a que hagan un pequeño esfuerzo!! Si lo pasamos rápido a las 19 horas ya estará por toda España. (Emoticono bocina y bíceps)". 

Al que no le haya llegado la convocatoria o no pisa el mundo virtual por edad o es una persona que prefiere emplear su tiempo con otro criterio. Seguramente también lo habrán recibido los responsables de las compañías eléctricas y el propio ministro. Y es más que probable que les haya provocado hasta una sonrisa porque hay que reconocer que las ocurrencias de la peña se transmiten a la velocidad de la luz y casi nunca se cobra por darle a la cabeza.

Pasará el calentón y todo quisque a apoquinar independientemente de los humos. Las revueltas a golpe de clic también sirven para engordar el negocio. Explicó el ministro que el precio obedece a una serie de circunstancias concatenadas como la falta de agua y de viento, el encarecimiento del petróleo o la paralización temporal de varias nucleares en Francia. La electricidad continúa valiendo un Perú en una situación normal pero las eléctricas insisten en que pagamos por debajo del coste de producción. Aunque el tema es complejo, sobre todo en una tierra productora como Galicia, el razonamiento cojea porque pérdidas y compañía eléctrica casi nunca van en la misma noticia. Zygmunt Bauman, sociólogo recientemente fallecido que acuñó y desarrolló el término de "modernidad líquida", desconfiaba del "activismo de sofá" y de la solidez de las redes sociales para cambiar el mundo moviendo solo un dedo. 

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