Opinión

"Sin ese reloj no tengo hora"

Ha comentado el compañero Seve Nieves en el Facebook que últimamente a este chófer de anécdotas le están saliendo unas columnas emocionantes. Hace algo más de un año la también periodista Cristina López comentó en Twitter que el pedal de cada día exudaba un enfado considerable. Y quizá las dos opiniones sean más acertadas que la del que propio chófer porque el trazado de las curvas se aprecia mejor desde la grada que dentro del coche. También es cierto que cuando cambias los pasillos del Parlamento por los de la planta de oncología y el abrevadero del barrio por la cafetería del hospital para acompañar a un familiar, esos días te agarras a pequeñas historias que has escuchado para salvar la hora de cierre porque no te ha dado tiempo a sabanear la actualidad antes de llenar el folio. Pero a veces esas pequeñas anécdotas te acaban demostrando que el envoltorio o la solemnidad institucional no convierten una historia ni en buena ni en grande.

Y como sería imposible aportar algo novedoso o distinto a los ecos del aplastante "clamor", como definió Alberto Núñez Feijóo a la jornada por los derechos de las mujeres del 8-M, que incluso ha obligado a populares ciudadanos a lucir ahora un lazo para intentar escabullirse de la soga política, aunque el retrato ya está hecho; o a estas alturas todos sabrán que a las tormentas de siempre se les pone nombre y la que llega se llama "Félix", hay que recurrir a una pequeña historia que te enseña que el amor puede ser infinito. 

La oncóloga le preguntó al paciente de 85 años cómo seguía antes de enviarlo a la sesión de quimioterapia. El hombre respondió un escueto "bastante bien", pero inmediatamente pasó a detallar que los cuatro ictus que ha sufrido su mujer han agravado el Parkinson que ya padecía, la cabeza no le funciona como antes y está muy preocupado por cuidarla y por su situación en caso de que falte. La oncóloga le recomendó que en estos momentos tiene que poner todo su empeño en superar el cáncer y que si necesitaba ayuda, puede contratar a alguien o recurrir unas horas a un centro de día. "Es que quiero cuidarla yo", insistió. "Pero así usted puede descansar", sugirió la doctora. "Ya, pero quiero estar siempre a su lado. Sin ese reloj no tengo hora".

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