Opinión

Un delito de libro

A principios de 2013, un grupo de jubilados con muchos capítulos vividos pasaron varias semanas solicitando firmas para que el Concello de A Coruña, gobernado por el popular Carlos Negreira, no retirase la subvención de 11.000 euros a la asociación de vecinos Atochas-Monte Alto-A Torre que permitía tener abierta la biblioteca del Campo de Marte. "Los viejos pasan allí la mañana leyendo el periódico", justificó una señora mientras extendía la hoja para firmar la petición. La Fundación Paideia Galiza, creada por Rosalía Mera y ahora dirigida por su hija Sandra, acudió al rescate mientras no conseguían llegar a los 1.000 abonados que garantizasen con una cuota de 1,50 euros el salario del bibliotecario. 

Desde ese día, este chófer de anécdotas tiene la costumbre de hacerse socio de la biblioteca pública de cada ciudad en la que pasa más de un mes a lo largo del año. Se trata sólo de un gesto, pero puede ayudar a espantar la tentación de desmantelar el sistema amparándose en la falta de clientela. La señora de la campaña de recogida de firmas regresó esta semana al presente mientras rellenaba la solicitud en la biblioteca pública de León. Cuando al día siguiente pasé a recoger el carnet, la persona encargada de atender el mostrador de información advirtió de que no podían hacerme socio porque el sistema había detectado que había un libro pendiente de devolución en Salamanca desde hace más de dos décadas, durante la etapa universitaria, y todas las bibliotecas de la Junta de Castilla y León están conectadas.

Contrariado por el despiste o el delito inconsciente, máxime cuando uno se dedica a amasar letras, solicité por correo electrónico aclaración a la biblioteca salmantina para enmendar la situación. Al día siguiente, contestaron que en la ficha aparecía que la obra 'Arte de proyectar en arquitectura' de Ernst Neufert no había sido devuelta y que en caso de no encontrarla, "el procedimiento a seguir sería reponer la obra en la edición que ahora estuviese a la venta". Sin constancia de haber solicitado en préstamo el referido volumen y a la espera de sabanear la biblioteca personal, sorprende gratamente que el delito de libro sea de los pocos que no prescribe en unos tiempos en los que no se le pone punto final a la golfería.

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