Opinión

80 años sin Federico

Ayer se han cumplido ochenta años del fusilamiento de Federico García Lorca durante los albores del golpe de Estado del general Franco y su cuadrilla. En este tiempo hemos sabido que el escritor fue asesinado por ser “socialista, masón y maricón”, según consta en documentos secretos de la época.

Sus restos, como los de miles de españoles, permanecen secuestrados en enterramientos anónimos donde se pretende sepultar la memoria histórica de aquella tragedia. Los despojos de Federico ni se han querido ni se ha sabido dar con ellos, aunque hasta dos décadas atrás era posible procurar el paradero y el testimonio de responsables y testigos del lamentable suceso.

Hoy parece inconcebible que el asesinato del poeta fuera en el pasado una bandera de gloria para sus verdugos reales e intelectuales. En los años sesenta del pasado siglo conocí a un guardia civil de servicio en Llerena quien se vanagloriaba de “haber dado el tiro de gracia a aquel maricón”. Podía o no ser cierto el mérito o simples efectos del vino tinto de la tierra, pero no cabe duda de que la fantasmagoría de semejante individuo formaba parte, además de la incultura del régimen, de la doctrina de los vencedores.

Corría el año setenta y uno o setenta y dos cuando en la emisora La Voz de Vigo, perteneciente entonces a la Red de Emisoras del Movimiento, en la que trabajaba, en uno de mis programas culturales biografié al poeta y dramaturgo granadino. Su vida concluía con el fusilamiento por parte de la Guardia Civil. Mis problemas empezaron a la mañana siguiente con el requerimiento del gobernador civil de turno para que acudiera a su despacho a retractarme de semejante “acusación sin fundamento”. Fui apercibido y durante unos años los guiones de mis programas fueron censurados o autorizado con aquel sello de tinta roja: EMÍTASE.

Lorca y su muerte molestaban al franquismo, pero no era dolor ni arrepentimiento por cuanto se pudo haber robado a la cultura española con la desaparición de su talento. Seguía siendo inquina. Ochenta años después cuesta entender que las investigaciones históricas, los movimientos de tierra en Viznar, lo hablado y publicado siga siendo insuficiente.

Para mí, Federico es el máximo representante de tantos casos sencillos, anónimos, de llantos de familiares sin consuelo, a los que se les niega el pan y la sal de la restitución. Como si la marca de “vencidos” fuera indeleble y hereditaria. Como si la soberbia de los “vencedores” fuera más poderosa que la reconciliación y la democracia.

En aquel verano del 36 a Federico se le esperaba en México donde la compañía de Margarita Xirgú representaba sus obra. Nunca pudo cruzar el Atlántico, como tantos otros, a quienes aún hoy, tras ochenta años sin ellos, se les espera para cruzar el umbral de la casa familiar.

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