Opinión

Avanzamos hacia el pasado

La globalización ha venido a darles la razón a un grupo de pensadores europeos del último tercio del siglo XX. Me refiero a quienes en los años setenta anunciaron un previsible retroceso del progreso hacia la Edad Media. Una teoría con sonidos descabellados, tomada a pitorreo por casi todos cuantos leímos algunos de sus textos. Hoy soy incapaz de recordar ni los nombres de los autores ni los títulos de sus libros. 

Anunciar entonces -cuando la sociedad del bienestar, del ocio y de la cultura, era la meta factible-, el fracaso de todos nuestros sueños como consecuencia de un efecto acordeón, que comprimiría el crecimiento económico, y con él las libertades ganadas, sonaba a apocalipsis sin sentido. Sonaba a mandato bíblico anacrónico e imposible.

Pero no. La globalización, la especulación de los mercados, la pérdida de soberanía de los Estados a favor de organizaciones plurinacionales, la transmutación de los ciudadanos en consumidores, la implantación de la demoscopia como praxis y fundamento de las acciones políticas y de la gobernanza, nos hacen avanzar a pasos agigantados hacia el pasado. Y no es una circunstancia inocente o una simple consecuencia de las curvas de los procesos propios del capitalismo que nos ha traído hasta este punto de nuestra civilización. En absoluto, cuanto está aconteciendo con la canonización de la crisis de 2008 puede que se trate de un diseño perfectamente estudiado y planificado por quienes detentan el verdadero poder social: los dueños y gestores del capital y sus plusvalías.

En el fondo nada nuevo, pero dado el nivel de libertades que creímos haber logrado, resulta sorprendente. En los últimos ocho años nos hemos acostumbrado a ver a nuestros políticos actuar como marionetas al servicio de oscuros poderes y terminologías como déficit, prima de riesgo, troika, inflación, globalización, austeridad, crecimiento negativo… Pero nos costaba aceptar su impotencia valorándola como incapacidad. Sin embargo, propósitos tan secretos como el Tratado de Libre Comercio (TTIP) entre Europa y EE.UU. o las elementales palabras de otra marioneta local, Juan Rosell, presidente de la CEOE, aplaudiendo la desaparición de la seguridad laboral de los trabajadores, explican muy a las claras la ruta por dónde camina muestro primer mundo arrastrando al resto del planeta.

El TTIP en beneficio del comercio (generación y acumulación de plusvalías) sacrificará el bienestar de las clases medias y bajas consumidoras. Como paso significativo, la muerte del empleo fijo (anacronismo del siglo XIX según Rosell) devolverá al trabajador medio y bajo a siervo de la gleba, al sueño de un proletariado controlado, retrotrayéndolo a finales de un nuevo siglo XVIII informatizado, consumidor de productor efímeros y bien adoctrinado por el temor a la inseguridad permanente. ¿Estamos a tiempo de parar este avance hacia el pasado?

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