Opinión

El fin de la cordura

Vencida y desarmada la cordura, el disparate ha alcanzado por fin sus objetivos. El conflicto ha estallado. Y desde todos los rincones del país miramos atónitos hacia Cataluña esperando escuchar una sola voz serena. El empleo de la tensión incontrolada corre disparando de pantalla en pantalla, del aparato de radio al móvil, de los titulares de prensa a las redes asociadas, de las tertulias audiovisuales a los corrillos de las tabernas y uno, inocentemente, tiene la esperanza de que de un momento a otro aparezca Miguel Gila, con su casco y su teléfono, y repita aquello de: “¡Oiga! ¿Está el enemigo? Dígale que se ponga”.

Pero no. La divertida cordura del humorista no tiene espacio en el reino de la tensión creada por un puñado de políticos, más preocupados por la supervivencia de sus intereses partidistas y personales que por encontrar el modo de descolgar el auricular y contestarle a Gila, a quien realmente hacía tiempo que venían convocando. Ni siquiera tienen en cuenta que su humor, surrealista y absurdo, acabaría por encajar como un guante en los dedos de unos y otros. 

Estos días de tensión he tratado de recoger los principales argumentos “gilarianos” con los que separatistas y centralistas intentan erigirse en poseedores de la verdad y la razón. Quería optar por el recurso del análisis, sustentado en el sentido común, tratando de encontrar coherencia y cordura. Les juro que no he sido capaz.

He visto y escuchado cómo desde las trincheras del nacionalismo daban por inválido al Poder Judicial del Estado y luego recurrían a él pidiendo protección. Les he visto acusar al Gobierno central de antidemocrático, después de silenciar a la oposición con reglamentos, propios de una dictadura, para aprobar leyes de insumisión. Les he escuchado pedir calma al tiempo de incitar a las manifestaciones incontroladas…

Los he visto en la Moncloa, encerrados en los sueños de la razón para engendrar monstruos de incomunicación. Y enseguida salir al balcón de los micrófonos reclamando diálogo al contrario. Los he visto jurar la bandera de la fe en la Constitución antes de retorcerle el brazo a la ley para tomar atajos peligrosos. Los he escuchado ningunear a los contrarios y sentirse ofendidos por no ser atendidos…

La lista es interminable, cansada y generadora de peligros para la convivencia como nadie podía esperarse, aunque los acontecimientos lo venían anunciado. Los independentistas se han subido al tanque de la obstinación. No tienen otro poder, ni otra alternativa, para alcanzar sus objetivos. El Gobierno ha sacado a la calle el único ejército posible en este tiempo democrático. El de la estrangulación económica.

Desde la Generalitat se han equivocado utilizando las masas y la provocación como si fueran los cañones del Cardenal Cisneros. Los del Gobierno de España han cometido el error de utilizar al Poder Judicial al modo de la espada del arcángel san Gabriel.

La salida parece imposible, la cordura se ha exilado y únicamente la convocatoria de elecciones generales y catalanas nos devolverá la paz y la razón.    

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