Opinión

Franco infinito

No ha vuelto como una serpiente de verano, simplemente sigue allí. Igual que mis libros de FEN (Formación del Espíritu Nacional) permanecen apilados en un rincón de mi biblioteca. Entre ellos uno firmado por Torrente Ballester titulado “Aprendiz de hombre” (Editorial Doncel). Un día le dije a don Gonzalo que lo conservaba intacto. Hizo un paréntesis de silencio, dio una calada al pitillo y dejó escapar la frase entre el humo: “Un trabajo alimenticio, hijo”.

El franquismo fue para bastante gente un régimen de silencio alimenticio, para otros una oportunidad de enriquecimiento y gloria, para muchísimos un tiempo infinito de resignación, de miedo, de dolor y hasta de muerte. Para Antonio Ruiz del Castillo, mi abuelo materno, fue el silencio del cementerio, después de una condena a muerte conmutada por la cadena perpetua, plagada de malos tratos y el fallecimiento final. Setenta y ocho años después de enterrado, sobre él pesa aún una sentencia injusta que nadie ha revocado. Sigue siendo un condenado por su militancia socialista y por “rebelión”, esto es, por defender la legalidad republicana en la que creía. Cuatro años antes, con solo cincuenta y cinco, había muerto su gran amor, mi abuela Isabel Cachadiña, incapaz de soportar el oprobio. 

¿Son estas las heridas que no se quieren abrir con la exhumación de Franco y la Ley de la Memoria Histórica? Lo que pretendemos los damnificados es cerrarlas definitivamente honrando a los asesinados por un régimen ilegal y cainita. Sí, después de ochenta años es urgente y corre prisa concluir el paso dado por Zapatero y cortado por Rajoy. Es urgente porque cuesta entender que las nuevas generaciones -que ya no han cursado la FEN franquista- se empeñen en glorificar la dictadura considerando que, si “Francia conserva el mausoleo de Napoleón o Juan Calvino luce monumentos en Ginebra”, España también debe conservar la faraónica tumba de Franco. Como si los errores del pasado fueran una patente de corso para las ignominias del presente.

El manifiesto de 181 exmilitares defendiendo la figura del dictador, el golpe de Estado contra la legalidad del 18 de julio de 1936 y la posterior dictadura, ha sacado a la luz los posos de un lodazal, donde los pasos de los gobiernos progresistas se han movido con infinitas dificultades. Ahora sabemos que, aunque en los últimos treinta y siete años apenas si hemos escuchado ruidos de sables -después del 23-F de 1981-, la resistencia contra la rehabilitación y reconciliación también estaba ahí, agazapada como un zorro esperando el descuido de la presa y descubrimos que la tumba de Franco sigue siendo su estrella polar.

En unas horas el Parlamento español va a decirnos si Franco es infinito para las nuevas derechas representadas por el PP y Ciudadanos, al abstenerse con triquiñuelas ante la aprobación del Decreto Ley para la exhumación urgente del cadáver. Si es así, igual que entre los exmilitares se han despertado voces discordantes contra el manifiesto de los 181, estaría bien poder escuchar a los cientos de miles de votantes y dirigentes de derecha que están cansados y dolidos de que se les considere depositarios de una ideología y de una fe que no profesan.

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