Opinión

Guerra de civilizaciones

En la huerta de mi abuelo había un granado en la ladera de la noria. Según los recuerdos de la familia, estaba allí porque lo habían sembrado los moros siglos atrás. Mi abuela solía prepararme con azúcar la primera granada que maduraba en el pequeño árbol y yo imaginaba el llanto de los árabes al abandonar nuestra tierra, dejando atrás el fruto de sus trabajos.

Mi abuelo, con un mal forjado orgullo, me contaba que en el fondo de la noria yacían los restos de un soldado francés, víctima de una trampa en plena batalla contra Napoleón. El armamento del gabacho aún lo guardaban en una alacena como reliquia de una vieja contienda. Y otras guerras, para contar a la sombra de un nogal en verano, iban contra los carlistas, le seguían la de Cuba, los desastres en Marruecos, el Alzamiento Nacional de Franco y la División Azul. En todas hubo algún familiar, cercano o lejano, de quien se conservaban rasgos, penas y lamentos. E, incluso, algún cuadro y alguna foto pintoresca.

Para muchas generaciones nuestra civilización se forjó sobre las guerras particulares. El desastre de Vietnam nos hizo hippies y una mañana la televisión nos golpeó con los estruendos de ETA, del IRA, de las Brigadas Rojas, de la Baade-Meinhot... El terrorismo había llegado para quedarse y en cada ataque surgían las preguntas que mi abuelo ya no podía contestar. ¿Quién financia esta locura? ¿Qué intereses sustentan semejante caos? ¿Dónde se esconde la verdad?

Esas interrogantes están vigentes e incontestadas en relación con los atentados yihadistas de Madrid, Londres, París y Bruselas. A ellas hay que agregar una nueva con matices medievales: ¿es esta una guerra de civilizaciones? Yo me atrevo a responder que no. Es el terrible signo de nuestro tiempo, nuestra guerra particular pagada por el mismo fondo financiero de la historia.

Aunque también sea otro fracaso de la unidad europea, ajena a la creación de una inteligencia de defensa común. Solo Bélgica, núcleo central del invento, cuenta con seis cuerpos de policía que compiten entre sí. Sin salirnos de casa, las comunicaciones entre el C.N.I., la Policía Nacional, la Guardia Civil, el ejército y las policías locales, resultan incompatibles. Sumemos ahora, país por país, competencias con incompetencias. El resultado son tres tipos con un puñado de explosivos ungidos más poderosos que toda nuestra organización territorial.

Sin embargo no están solos, ni es únicamente ISIS su sustento. Detrás de esa civilización, a la que debemos el granado de la huerta de mi abuelo, también hay oscuros intereses europeos y occidentales, medios de propaganda, integrismos globales, soportes a favor de la xenofobia… para quienes el cartel, “Sorry for Bruselas”, del niño sirio en Indomeni es otra foto pintoresca de familia.

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