Opinión

Incendio en Sotomayor

  

No hablaré de los desgraciados incendios forestales que, como cada verano, asolan las tierras privilegiadas donde está enclavado el castillo de Sotomayor, en el municipio pontevedrés del mismo nombre. Me gustaría invitarles a reflexionar sobre otro incendio político que circunda estos días la fortaleza plantada allí en el siglo XII y convertida en el epicentro de los terremotos políticos gallegos del siglo XV.

Tras las almenas de tan hermoso castillo-palacio maquinó Pedro Álvarez de Sotomayor, más conocido por Pedro Madruga, sus intrigas contra los Reyes Católicos, los arzobispos de Santiago y sus aventuras portuguesas antes de convertirse, según Alfonso Philippot y otros, en Cristóbal Colón. El castillo se asienta, por tanto, sobre las profundas raíces de los conflictos políticos de nuestra tierra.

Ahora pertenece a la Diputación de Pontevedra y, además de ser un patrimonio cultural -con hospedería añadida- muy visitado por los turistas, suele utilizarse para contados actos culturales, sociales y políticos. Fue, naturalmente, restaurado con dinero del erario y se conserva con fondos de la misma procedencia.

Como patrimonio de la Diputación, donde ha gobernado el PP desde la restauración de la democracia, al pie de sus murallas ha venido celebrando el partido conservador el arranque de los cursos políticos sin mayores problemas. Lo hacía habitualmente con ese sentido patrimonialista que muchos políticos usan para con lo público que administran. Sin embargo este año el PP, perdida su taifa provincial, no disfrutará del espíritu incorrupto de Pedro Madruga. La nueva presidenta socialista, Carmela Silva, lo ha prohibido. El castillo no volverá 
–mientras ella gobierne- a ser escenario de actos de partido.

Y aquí surge la reflexión. ¿Por qué los espacios públicos no han de ser utilizados por las organizaciones políticas? ¿Son los partidos asociaciones apestadas, indeseables, inciviles…? Lo más inmediato es ver en el movimiento de la presidenta provincial un sentido patrimonialista del castillo idéntico al de sus antecesores, aunque el PSOE o el BNG nunca pongan un pie partidista en su torre del homenaje.

La actuación de Carmela Silva más que institucionalidad transmite un sesgo de revancha, de borrón y cuenta nueva que, además de no beneficiar el buen entendimiento entre contrarios, incluso va contra el espíritu de tolerancia que debe distinguir a las izquierdas –muy especialmente a la socialdemocracia- de quienes habitualmente en lugar de convencer trabajan públicamente solo para vencer.

Este pequeño disparate es un grano purulento más del deterioro a que ha llegado la vida institucional. Es otro síntoma de las innecesarias murallas que estamos levantando contra la harmonía y el orden. Otro incendio destructivo, no purificador, como aquellos infructuosos de Pedro Madruga.

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