Opinión

La quijada del burro

Se desconoce el concepto y con él su uso. El respeto a los mayores, a las instituciones, al vecindario, a las ideas, a las ideologías, a las religiones… es una moneda de poco curso. Pero es una razón más por la que estamos encenagados en el mismo barrizal de los dos personajes de Goya, tratando de matarnos a mamporros dialecticos, que acaban siendo físicos, ríos de violencia, inquinas imborrables y, pasito a pasito, nos hemos metido en un enfrentamiento de civilizaciones que, con el corazón vuelto al pasado, son el esperpento de nuevas guerras de religión. ¡Qué disparate!

En Bilbao unos anarquistas, al calor de la fiesta Aste Nagusia, han tenido la original idea de decorar su caseta con un Cristo despiezado, como si de una ternera se tratara, y poner los despojos a la venta en una hipotética “Carnicería Vaticana”. Como anarquistas se acogen a la libertad de expresión, al sentido del humor, a la chirigota y a la protesta contra una ley, tan disparatada como las reacciones que suscita, en la que se persigue a quienes “blasfeman”. Ya se ve, acción-reacción. 

Los pasos inmediatos han sido la denuncia del obispo de Bilbao, la rápida actuación de un juez, la intervención de la ertzaintza, la retirada de los objetos blasfemos y la identificación de los culpables. El resto de las casetas se han solidarizado con los irrespetuosos y los mamporros han saltado al lodazal de las opiniones encontradas.

En paralelo, Santiago Martín, un significado párroco de Madrid ha utilizado el púlpito para acusar a las alcaldesas de Barcelona y Madrid, Ada Colau y Manuela Carmena, de ser cómplices del terrorismo yihadista en aras de “la libertad de expresión” dada su militancia “de extrema izquierda y comunistas radicales”. Ha exhortado a los fieles a “hacer algo más”, porque “rezar no basta”, y a denunciarlas para “acabar con este peligro”. 

No se sabe que ningún político haya acudido al juzgado contra el párroco, que ningún obispo le haya llamado al orden, que ningún fiscal con esa ley en la mano -que persigue a “quienes lesionen la dignidad de las personas mediante acciones que entrañen humillación, menosprecio o descrédito (…) por motivos racistas, antisemitas u otros referentes a la ideología, religión o creencias…”-, haya actuado de oficio. Sí sabemos que el juez no lo ha llamado, ni la policía ha detenido a quien, en aras de la libertad de expresión y el ejercicio de su potestad religiosa, ha faltado al respeto, a la verdad y ha mandado a su ejército de creyentes contra quienes piensan distinto.

Y estos dos significativos disparates, estas dos faltas de respeto a la convivencia, tenían lugar mientras el terrorismo integrista, aparentemente religioso, se conformaba con una masacre humana, al fallar en el propósito de destruir monumentos tan significativos como la Sagrada Familia de Barcelona. Un suceso en el que a las fuerzas de seguridad (a todas) le han faltado al respeto los políticos enfrentados por cuestiones ajenas al luctuoso suceso. Nada nuevo. La humanidad viene matándose entre sí desde Caín y Abel. Ganan siempre los malos. ¡Y qué resistente es la quijada del burro! 

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