Opinión

La maleta de cartón

Los ingleses nunca han considerado a la Europa continental como territorio afín. Apenas dos años después de crease el llamado Mercado Común ya pasaron por las urnas para ratificar aquella adhesión. Con la implantación del euro sucedió otro tanto y jamás apearon a la libra esterlina de sus monederos. Hoy viernes conoceremos el resultado definitivo del nuevo referéndum, sobre la permanencia o no en la UE, denominado Brexit. También hoy, último día de campaña electoral en España, continuaremos especulado sobre la influencia de ese resultado del Reino Unido en nuestra votación dominical del 26-J.

Sin embargo las sombras y las luces de la Unión Europea sobre la soberanía española apenas han tenido protagonismo en la campaña, no obstante de ser sus mandatos factores determinantes del desaguisado económico que padecemos. De ser esta Europa reciente, que en el pasado de bonanza nos tendió la mano hacia el bienestar común, la imponedora del austericidio, quien nos condena a la segunda división del futuro, quien nos encadena a la globalización dictatorial de los mercados, quien nos rescata falsamente inyectando dinero a la banca cuyos intereses pagaremos los más débiles… Esa Europa capaz de convertirnos en euroescépticos a quienes, como internacionalistas de convicción, fuimos europeístas activos.

Esa Europa se ha colado escasamente en los discursos y programas de nuestros candidatos, aunque el Brexit ha alcanzado picos de gran difusión en nuestros medios de comunicación. Me han llamado poderosamente la atención algunos reportajes donde con acierto los periodistas han tratado de sondear el impacto que la salida del Reino Unido de la Europa de los mercaderes tendría sobre los ciudadanos que viven, trabajan o descansan en las islas británicas y en España. Sin querer nos han transmitido la realidad de la nueva Europa de las dos velocidades que padecemos.

He visto desfilar por las pantallas a españoles, la mayoría con títulos superiores en el currículum, trabajando allí en la investigación, la medicina, la hostería, la banca, los transportes, la cultura… Jóvenes bien formados en nuestros institutos y universidades que han tenido que abandonar esta Europa de segunda división para enriquecer a la otra de primera. En paralelo he visto a británicos, la mayoría retirados, residiendo en nuestras costas, descansando con la seguridad y el respaldo de una medicina eficaz, una gastronomía a buen precio, unos bienes culturales satisfactorios… Ni los unos ni los otros querían la salida y en ambos he visto las caras de las dos Europas. La del progreso y la de la servidumbre.

He visto de nuevo aquella España pedigüeña que atravesaba los Pirineos con la maleta de cartón, el hatillo y el beneplácito de la Oficina Oficial de Emigración creada por el viejo régimen. La diferencia es, únicamente, que en estos casi cuarenta años de bipartidismo y castas nuestra exportación humana es mucho más que simple mano de obra barata, y nuestro sol vuelve a ser el principal recurso de una economía miope de gafas oscuras.

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