Opinión

Mientan, por favor

En los dos últimos meses he contestado a tres encuestas telefónicas sobre la situación política del país. Debe ser que soy de los pocos que aún utilizan el terminal fijo, aunque se supone que los encuestados son escogidos al azar y carecen de identidad.

Curiosamente los tres cuestionarios tenían un repertorio de preguntas muy similares, aunque la duración del primer diálogo me pareció más largo y cansado. Las estrategias para detectar contradicciones también respondían a un mismo esquema pero las chicas eran diferentes. La segunda resultó ser andaluza, simpática y extrovertida. Me hubiera apetecido quedar con ella para cenar.

A ninguna de las tres respondí del mismo modo. No me gusta repetirme aunque el tema literario o vital sea el mismo. Tuve la sensación de que la primera encuestadora estaba muy interesada en reforzar la intención de voto para el PP y que tenía una foto de Mariano en su mesilla de noche. Contribuí a hacerla feliz con mis respuestas.

La segunda daba la sensación de estar cubriendo un trámite laboral sin que le importara un pimiento la crisis institucional, la valoración de los líderes o la corrupción. Entraba al trapo de todas las ocurrencias y acabó por confesarme que mientras más encuestas se encarguen más posibilidades de trabajar temporalmente en precario tenía.

La tercera era una voz seca y formal. No se salió una coma del camino ni abrió ningún paréntesis para mirar por la ventana a la vida real. Desde la tercera pregunta le mentí siempre usando respuestas contradictorias.

Confío en haber contribuido responsablemente a la ceremonia de la confusión política que vivimos. No sé hasta qué punto he podido conseguir porcentualmente que los directores de las campañas electorales duerman más satisfechos o intranquilos. No lo sé, pero tengo la íntima satisfacción de haber hecho un pequeño roto en el muro del despotismo mediático de la demoscopia reinante.

Pero no piensen que mi actuación es un simple producto del divertimento o una charranería sin sentido. Es una manifestación de la indignación que produce ver como las incertidumbres demoscópicas mueven los compromisos políticos, manipulan la intención del votante impulsivo, cocinan la realidad con los condimentos recetados por los poderes fácticos, etc., etc.

En definitiva, me indigna comprobar como lo que parecía una ciencia moderna y eficaz, para alcanzar el bienestar y la convivencia ciudadana gracias a la valoración de las tendencias, se ha convertido en una vulgar onda de cabrero usada para arrojar piedras contra los espantapájaros de la vida pública. Para acabar con este estado de cosas, aunque les llame la chica andaluza, mientan, por favor.

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