Opinión

Ustedes son masocas

Aun no está amaneciendo y desde mi atalaya veo surgir una larga hilera de abueletes cargados con sillas y sombrillas. El hormiguero son los hoteles de la costa y las madrugadoras hormigas humanas se apresuran a tomar la primera línea de playa. Con una exactitud casi matemática clavan sus parasoles multicolores ciegos al sol. Expanden las toallas y abren las sillas y butacas portátiles. No hace frio pero los matrimonios, muchos octogenarios, se arropan entre sí con más toallas a pesar de ir bien pertrechados de ropa de abrigo. Se escucha el mar y los silencios de quienes se disponen a dormitar una vez conquistados los dos metros cuadrados de arena soñada para la familia, que vendrá más tarde.

No se hace esperar el barullo. Más allá del malecón, emergiendo entre los toldos perezosos de bares y restaurantes, irrumpe otra serpentina humana. Ahora es variopinta y escandalosa, abundan los niños, las neveras portátiles, las pelotas, raquetas, aifons, móviles trepidantes… ¿Por qué siendo tantos aparentan un grupo compacto? Vislumbro la razón en la carretera inmediata. Una reata de autobuses está vomitando la segunda y la tercera líneas de playa.

Dos horas más tarde el sol canta notas de calor y el arenal es un enjambre confuso, una Babilonia disparatada, un hábitat insoportable, antiestético e insano. ¡Pobre gente feliz! Me duelo.

Pero más tarde la atención se detiene en el decorado del jardín urbano más importante de la ciudad. Los veo llegar como perlas de un collar roto y temo que estén representando una parodia sobre zombis. Todos miran fijamente a la pantalla de su teléfono y se mueven sin lógica aparente por la geografía de árboles, arriates, parterres, estanques artificiales… Chocan entre sí, se saludan o se ignoran, celebran o se lamentan para sí mismos. No son muertos vivientes, son cazadores de pokemons, es decir, son muertos virtuales. O eso me parece al contemplarlos en su ensimismamiento, capturando irrealidades. Quizás se sueñen superiores o alienígenas al caer en esa absurda alienación. ¡Pobre gente feliz! Me duelo sin llegar a gritarles lo que pienso.

Sin embargo será en pleno lubricán cuando alcance a ver la multitud acampada alrededor del Estadio Olimpic de Barcelona, haciendo cola desde cuarenta y ocho horas antes, para asistir al concierto que les ofrecerá Beyoncé. Algunas pandillas de mozas y mozos han cubierto dos jornadas de espera mediante tandas de relevo, como corredores estáticos hacia una meta imprecisa. 55.000 asistentes, una taquilla de cuatro millones de euros, dos horas de espectáculo, un despliegue impresionante… ¡Pobre gente feliz! Me duelo alegrándome de los furores que despierta la música.

Ya es noche y a vuelta de canal escucho a un tertuliano predecir una nueva mayoría absoluta para Rajoy si hay terceras elecciones. Quizás no esté desnortado e intuya que ocho millones de españoles ya estén haciendo cola para votarle. Apago mi atalaya. Por hoy no quiero ver más pobre gente feliz, ni gritar a los cuatro vientos: ¡Ustedes son masocas!

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