ROMERíA DE MOROS E CRISTIANOS

Mágicos ingredientes en A Saínza

20.09.15.RAIRIZ.DE.VEIGA.A.SAINZA.ROMERIA NOSA SEÑORA DA MERCE E ESCENIFICACION BATALLA MOUROS E CRISTIANS.
photo_camera Los moros, arrodillados, rendidos ante los cristianos que, como cada año, son los gloriosos vencedores de la batalla.

Historia viva, extraordinaria oferta en su mercadillo, mucho vino en las camisetas y la mejor de las opciones gastronómicas bajo un sol de justicia oportunamente reducido a la sombra de "A carballa da rocha". La romería gallega en su estado más puro. ¿Quién da más?

Difícil elección. Es tan completa la oferta festiva de A Saínza que resulta verdaderamente complicado decantarse por uno de sus mejores momentos sin temor a reflejar otro que lo supere. ¿Prefieren perderse en su interminable y agotador mercadillo en el que puede encontrar hasta filloas hechas al momentito? ¿O correr el riesgo de adentrarse en el campo de la fiesta de punta en blanco -luciendo su mejor camisa o blusa de tan inmaculado color- y salir perfecta y completamente regado del más barato vino de oferta del súper? Aunque, si es de menos emociones, nada como una grata comida al aire libre, bajo la imponente sombra que ofrece "A carballa da rocha", con menú de libro -empanada, tortilla, pimientos, lacón, algún churrasco que se tercie en las mesas vecinas, café y licor- y las gaitas, cajas y tambores rondando la siesta de la sobremesa.

Puede, sin embargo, que tenga pendiente darle algún repasito a la historia, y para ello, obligada -pues- asistencia a la misa que pronto le transportará siglos atrás reviviendo un combate que no por saberse conocido su resultado deja de sorprender a los nuevos cautivos de esa representación. Todo lo anterior es A Saínza... historia, una pizca de lujuria, infinidad de arte, comercio del de feria y, sobre todo, mucha mucha confraternización al cobijo de centenarios "carballos" que dejan muy claro que sólo, sólo sabemos comer como lo que somos: gallegos.

Guión histórico

Como siempre, el guión quedó escrito años atrás y muy pocas modificaciones pudieron incorporársele, salvo las técnicas. Los cristianos llegaban al campo de batalla a caballo, aunque siguiendo las indicaciones de la Policía Local de Xinzo para acceder al recinto. Los caudillos de ambos bandos se dirigían a los suyos pinganillo en mano, pero era el del norteafricano el que mejor sonaba. Los cañones, también de época, aunque perdería un ojo en una apuesta a que el de los moros tenía cierto trueque inicial, porque sus proyectiles poco más allá avanzaban de las piedras del parlamento.

Nada que objetar, sin embargo, al de las huestes cristianas, que quizás empujados por Santiago Apóstol y la siempre venerada figura de la Virgen de la Merced -a la que los impíos robaron el estandarte-, llegaban a la entrada del fortín de los perdedores. Muy locuaz lo fue el capitán de los cristianos -el calor hizo que entre el público le pidieran la hora cuando comenzaba a extenderse en la loa a la victoria y el sol lo era de justicia-.

Desafiante, el de negro y barba, arengando a los suyos a perder la vida con la promesa de las mieles de bellas jóvenes aguardándoles en el paraíso tras la muerte -segura- que les esperaba -¡qué actual me resulta!-. El párroco, en su homilía, recordando las palabras del papa Francisco en las que alertaba de la "atmósfera de una tercera guerra mundial".

Vaya, qué ni pintado para lanzarse al campo de batalla después de los intentos baldíos de un pacto que el todavía ocupante del castillo rechaza haciendo trizas el pergamino y las condiciones de la rendición. El final, conocido, vencen los buenos -buenísimos- y caen los de siempre. Eso sí, todos hablando un perfecto gallego.

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