Pasión por los caballos en A Portaxe, Lobios

Happy Feet, Morfeo, Swansea, Guadiana, Blanca, Boris, Balú, Judas, Popeye y los ponis Cacahuete y Milka son los nuevos residentes de A Portaxe, donde abrió sus puertas “El Ranchito Ecuestre”. Un club deportivo de caballos bajo las riendas de Luisa Álvarez, Claudia Sinead Rodríguez y Nuria Fernández.

El amor a los caballos y a su tierra, Luisa Álvarez lo ha podido materializar en A Portaxe, en Lobios. La aldea donde ha puesto en marcha el club deportivo “El Ranchito Ecuestre”. Con raíces familiares en Carreiras (Lobeira), esta artista madrileña siempre tuvo el “runrún” en su cabeza de asentarse en A Baixa Limia. “Veníamos todos los veranos. Siempre me ha tirado mucho esta zona y me iba deprimida después de las vacaciones”, recuerda. Por eso, cuando hace unos meses su amigo Felipe le habló de las instalaciones que tenía en A Portaxe se “lió la manta a la cabeza” -como ella misma relata- y se vino con su hija y sus ocho caballos desde la sierra madrileña.

La familia le decía que dónde se iba a meter, pero cada vez son más las personas que buscan huir de las ciudades, volver al rural. “Hay que ser consciente de a dónde se viene, pero tampoco es tan complicado. El estilo de vida es mucho más tranquilo, muy agradecido”. A su hija Claudia, que está a punto de cumplir los 18 y es la directora técnica del club, “decírselo fue como: ‘ya está la excéntrica de mi madre con un plan nuevo”, pero ahora que empieza a hacer un grupo de amigos más estable, ya no está pensando tanto en coger el AVE. Si hay algo que marcó -y mucho- la decisión de esta familia madrileña fue la llegada de la alta velocidad a Ourense. “Nos  impulsó definitivamente, es muy cómodo”, aseguran, acostumbradas a trayectos diarios de dos horas o más, dependiendo de los atascos.

En A Portaxe conviven un pura raza español, con lusitanos, anglo-luso y hasta un auténtico garrano portugués. Un ejemplar propio del Gerês, “pero que salta muy bien y tiene unos aires de doma que no son propios de garranos”, describe Luisa de este pequeño potro que utilizan para las clases con los niños. El cambio de la sierra de Madrid al valle del Limia les ha sentado muy bien a los animales, que se han adaptado e integrado a la perfección. “”Han llegado y han fluido”, confiesan las cuidadoras. Vivir en semilibertad en una finca de cinco hectáreas en plena naturaleza donde pastan, trotan y trastean también ha ayudado en este proceso. Encontrar a Nuria Fernández, la monitora, “fue una suerte”.

Formación y turismo

Las instalaciones se pusieron oficialmente en marcha en verano, algo tarde para la temporada, pero “con mucha energía” y una muy buena acogida, tanto por parte de los vecinos de A Portaxe, como por los residentes de Lobios y Entrimo, cuyos colegios se han volcado con la actividad. “Estamos dando clase a niños muy chiquitos, unos 18, que nunca habían montado. La idea es federarlos y sacarlos a concurso”, trasladan las monitoras, que destacan los beneficios tanto físicos como psíquicos que la actividad representa en los más pequeños. “Mejoran muchísimo porque se hacen más ágiles, trabajan el equilibrio y el control del cuerpo sobre el caballo, y psicológicamente refuerza mucho la autoestima y da mucha seguridad”. 

Los niños son los primeros socios de estas instalaciones, que nacen como club deportivo y con la idea de hacer “clinics” e intercambios con entrenadores como Javier Ocaña, con el ánimo de dar a conocer “El Ranchito Ecuestre” fuera de aquí. Pero, una vez implantadas, es el momento de plantear rutas turísticas, incluyendo packs con alojamiento. “Hemos empezado a ofrecer rutas por Lobios de una hora, en área limítrofe a la hípica y con diferentes entornos de río o de montaña, y en primavera lanzaremos una transfronteriza hasta Campo do Gerês, en Portugal”, describe sobre un recorrido de 25 kilómetros por el corazón de la Reserva de la Biosfera Gerês-Xurés, con la idea de atraer al público nacional e internacional, “porque tenemos una zona espectacular, un paisaje y un patrimonio natural que es impresionante”.

A pesar de las intensas lluvias de los últimos días, con las que no contaban, madre e hija se confiesan felices. Si no pueden trabajar fuera, tiran de brocha y pintura para poner a punto las instalaciones o crear un pequeño espacio en el establo donde dar unas nociones técnicas. “Yo estoy feliz, súper contenta. Con mucha energía”, confiesan sin un ápice de arrepentimiento.

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