En el adiós a Serafín Rodríguez

n n nEl pasado domingo recibieron sepultura los restos mortales de Serafín Rodríguez Fernández, fallecido a los 81 años de edad, aunque una grave dolencia le había apartado prácticamente del mundo durante casi los tres últimos lustros. Sin embargo, antes de que eso sucediese, quienes le conocieron saben que fue feliz con los suyos; con su mujer y sus hijos -luego también los nietos- que eran el centro de atención de un mundo que disfrutaba a manos llenas, haciéndole ir con la sonrisa en los labios, e incrementada desde la merecida jubilación, hasta que el mal mandó parar y cercenó ese estadio que tanto había ansiado.
El familiar fue el primer eje vital, aunque tuvo otro bien destacado, que fue el laboral. Con doce años y pantalón cortó entró a trabajar en los talleres de La Región. Allí fue cumpliendo objetivos y avanzando en una trayectoria que le llevó a convertirse en linotipista, que era como acceder al club más selecto en el ámbito de la composición e impresión, algo así como la aristocracia del sector, por su gran responsabilidad en el organigrama laboral. La lectura obligada de los originales periodísticos que habían de componer tipográficamente, convertía a estos profesionales en personas inusualmente cultas en aquellos tiempos de dificultades y cartilla de racionamiento. Que una información o un artículo saliese bien o mal estaba, en buena medida, en las manos de los linotipistas. Por eso eran -y Serafín lo demostró- metódicos y pulcros sobremanera en su trabajo.

Los tiempos cambiaron y la electrónica y la informática finiquitaron con aquel selecto oficio; sus profesionales hubieron de acomodarse a los nuevos tiempos, en los que Serafín fue maestro de tantos, siempre empeñado en explicar a los más jóvenes que se incorporaban a la Redacción el porqué de las cosas. Así superó el medio siglo apegado al trabajo bien hecho, al orgullo y la satisfacción por el deber cumplido, como si de una religión se tratase.

Ahora, cumplió con el trámite final, doloroso para los suyos, pese a tanto sufrimiento, pero reconfortante para él, al fin, para perpetuarse sólo en el recuerdo. Quienes compartieron tareas a su lado en esta casa le tendrán en la memoria, seguros de que la suya es una de las pequeñas historias que contribuyeron a forjar otra mayor que ya supera el siglo.

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