ambigÜedad peligrosa

Cuando la sociedad muestra cerca de cinco millones de parados, cuando se ha acentuado la inestabilidad social y política a extremos preocupantes, cuando las instituciones y los códigos éticos se encuentran desbaratados, las políticas ambiguas que mantenga la 'oposición' poco o nada pueden contribuir a resolver los problemas con los que se encuentran los ciudadanos y ciudadanas diariamente.
La capacidad para manejar la ambigüedad es una de las características propias de hacer política. La ambigüedad no debe confundirse con la indecisión; puede ser una estrategia para ganar tiempo, pero su recurso abusivo con frecuencia es nocivo, cuando las circunstancias requieren tomar decisiones.

La ciudadanía, a diferencia de la estupidez, no admite grados. A partir de determinados momentos nos sentimos desprotegidos por aquellos que deberían gobernarnos; nos miramos como utilizados únicamente para dar satisfacción a proyectos especulativos; ya no hay lugar para la ambigüedad como método; la misma estrategia hace correr peligro al mismo sistema que trata de salvar. La disposición a ignorar las malas noticias, a creer que lo que se quiere llegará a ser y que podemos jugar con situaciones dramáticas sin instalarnos en el drama, es un ejercicio de inmadurez política que no nos podemos permitir. El exceso de ambigüedad, la falta de limpieza mental, a fuer de hurtar o edulcorar los problemas, los ahonda hasta hacerlos pestilentes.

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