LA AMBIGÜEDAD DE LOS POLÍTICOS

En las últimas encuestas acerca de los políticos siguen apareciendo éstos como la tercera preocupación de los ciudadanos. El problema no es la política, sino los políticos, la manera de hacer política. La posición electoralista les conduce a caminos que deterioran la democracia. Los ciudadanos no tenemos suficiente con programas que sólo son un conjunto de generalidades, necesitamos que se posicionen ante los problemas que nos acucian que establezcan una jerarquía para su solución. Si no ¿qué responsabilidad podríamos exigir una vez efectuada la elección?
En un alarde de 'acercarse al pueblo' resucitan el voto utilitario, método que les funcionaba muy bien a los caciques clásicos y que es un peculiar modo de hacer uso del derecho a votar, es decir, sacarle provecho personal, tangible, al ritual electoral. Eso que, eufemísticamente, llaman participación ciudadana en la vida pública mediante el uso del sufragio libre, universal y secreto. Pero la democracia no es el método más acertado para sacar provecho personal, sino el beneficio colectivo, universal; es una gran manera de hacer solidaridad, quizá la mejor. El caciquismo no ha desaparecido de la vida pública española. Quizá, porque los caciques pertenecen a una especie sociológica mutante, cuyos cambios son la mejor autodefensa contra el peligro de su extinción como especie política autóctona. A los caciques no les interesa que los individuos sustituyan su condición de súbditos por el de ciudadanos de un país maduro y autónomo. Es decir, democrático, que se identifique con la libertad, el orden, la responsabilidad y el progreso sostenible.

A los nuevos caciques no solo les conviene hablar en vulgo para que el pueblo vulgar los entienda, sino que además intuyen la necesidad de actuar dramáticamente. A esto lo llaman acercarse al pueblo. Habrá que concluir que los efectos de la crisis han reconocido el diagnóstico de Zygmunt Baurman sobre la modernidad líquida, una época de incertidumbres en la que prevalece el yo masivo por encima de otras consideraciones. Pero no es suficiente proponer el voto interesado, particular; es necesaria la ambigüedad calculada para esquivar el compromiso. No son pocos los que presentan el proceso electoral como un contrato con los ciudadanos, pero ese contrato debe tener contenidos nítidos. No son suficientes mantener una posición y su contraria. No basta con los gestos vacíos. La queja de los ciudadanos, su indignación pasa por la exigencia que muestren ante la falta de compromiso democrático de los políticos y de sus electores. La fortaleza del proceso democrático es un asunto que nos concierne a todos en la defensa frente al neoliberalismo en su nueva forma, más moderna, de caciquismo.

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