cartas amarillas

Amarillas encontré el otro día en el trastero un montón de cartas metidas en una caja y atadas con un lazo, que de no ser por que llevaban 20 años allí hasta diría que era mono.
Y pensé: Esto es una reliquia. Eran cartas de novietes, amigas/os... Y digo que es una reliquia porque ya no se estila escribir sobre papel, y menos cartas de amor. Me imagino que ahora se hará por wassap o por mail. Aunque permitidme que lo dude. Y lo dudo por una cuestión de comodidad, y porque ahora se va más al grano, es decir primero se enrollan y luego se enamoran. Así de sencillo, con lo cual se pierde toda la parafernalia del cortejo en el que iba incluida la prosa y muchas veces la poesía.

Qué pena. Tengo nostalgia de las cartas, de las fotos, de los cines... Signos todos ellos de claro envejecimiento por mi parte, jajajaja. Aunque creo que el romanticismo debería de ser atemporal y las nuevas tecnologías no están hechas para él, si acaso para el aquí te pillo aquí te mato, porque son un método de comunicación más rápido. Lo otro lleva su tiempo. Pero tengo la gran suerte de haber recibido cartas, ya sean de amor, de amistad... Hoy en día las únicas cartas que se reciben son los recibos de la luz, el agua... y a veces ni eso, ya que te mandan la factura electrónica. Vuelvo y repito ¡qué pena!, hoy se están perdiendo la emoción, la sorpresa y por qué no también el estado febril al que te sometían esas cartas por muy cursis que éstas fueran a veces. Sin ellas, qué hubiera sido del Cartero de Neruda, por ejemplo, o del jóven Werther, y así un sinfín de grandes historias que nacieron a través de cartas, porque con internet se perdió el romanticismo... Y esos besos al final con carmín impresos en el papel... y ese olor a perfume. Eso no tiene precio y mucho menos la ilusión con la que se mandaban y luego se recibían.

Hoy me dedicaré entre, otras cosas, a buscar entre esas cartas amarillas algún te quiero vida mía que me devuelvan por un instante a ese momento mágico de mi juventud que ya no volverá, pero que quedará impreso para siempre en un montón de cartas atadas por un desgastado lazo rojo.

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