La crisis económica

Estamos sometidos a una crisis de alto voltaje. A mi juicio, inmersos en la España más desastrosa y peor de la democracia. Los españoles nos encontramos con que ni siquiera en ninguna parte podemos huír de nuestra realidad política.

En todas partes cuecen habas y los aspectos de esta crisis económica se acumulan con tanta magnitud que la cosa no da signos de tregua. Yo también estoy en crisis. No dejo de pensar en lo que se nos está viniendo encima. Y las perspectivas para el futuro no son muy halagüeñas. Muchos son los factores que podrían explicar que vivimos una realidad política basada en los sermones de nuestros gobernantes que rara vez se alzan por encima del vuelo raso de la contienda diaria, y suelen rezumar en un oportunista discurso poco convincente.

Nuestro país está muy mal. El tiempo en el que vivo es muy extraño. A veces es difícil discernir lo que está bien de lo que está mal. Lo justo de lo injusto. Nunca llueve a gusto de todos. Eso dicen. Y las decisiones siempre acaban perjudicando a alguien. ¿Cómo guiarse en un mundo en el que todo cambia? En el que los valores se degradan con cada nuevo amanecer. En un mundo en que la diferencia entre el acierto y el error se mantiene siempre en un precario equilibrio sobre la cuerda floja. Atravesamos por la más pavorosa crisis acusando la interconexión de los factores que integran el entramado económico de un país. Vivimos entre el pesimismo, la desesperación y la ruina traídas por la crisis. La trascendencia social de los fenómenos económicos incorpora una frialdad de unas cifras indicativas de la producción, con la humana proyección sobre el desempleo que ello representa. Tengo 50 años y tengo miedo de los peligros del camino y el cansancio del viaje me conviertan en una persona insensible y reconrosa. En este país hundido por la depresión, veo como caras soñadoras se han convertido en muecas de desilusión, pesimismo y sufrimiento. Aún no he perdido la ilusión en mi mirada, pero no miro con buenos ojos nuestra retorcida política.

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