Los impulsos y la sonrisa

Todos los días antes de poner un pie en la calle deberíamos decirnos a nosotros mismos que tenemos que moderar las reacciones, ponerle buena cara incluso al mal tiempo, y afrontar cada jornada con las mejores intenciones, siendo conscientes de que los imprevistos las van a condicionar.

Muchas veces me he preguntado porqué razón no somos capaces de controlar las emociones y de sonreír con más frecuencia, pero no consigo obtener una respuesta apropiada. Es muy probable que sea el carácter el que nos domine y que impida que aflore la imagen que quisiéramos dar y no la cara de palo que se nos pone cada vez que las cosas no salen como queremos.

Hay que dar rienda suelta a los impulsos y a las emociones, controlar las reacciones y sonreír siempre, porque cuesta lo mismo, y torcer el gesto nos amarga la vida. Hago esta reflexión cada mañana, salgo dispuesto a ello y raro es el día que vuelvo a casa sonriente. A pesar de todo hoy voy a salir con la mejor de las sonrisas, aunque se me avinagre el rostro al cruzarme con el vecino de al lado que me cae como un pie, si el ascensor está retenido en el cuarto o si huele a amoníaco la escalera.

Supongo que la clave está entender que ni el vecino, ni el ascensor, ni el amoníaco tienen la culpa de nuestros repentinos, frecuentes y absurdos cambios de humor, que nos amargan la existencia inútilmente.

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