Dos mujeres que lo pondrán todo patas arriba

Las comparecencias parlamentarias, esta semana, de la ministra de Defensa, Margarita Robles, y de la directora del Centro Nacional de Inteligencia, Paz Esteban, están destinadas a no ser algo precisamente anodino. A la jefa de los servicios secretos no la conocía hasta ahora casi nadie. Pero sí a la jefa de esta jefa, es decir, a Margarita Robles: dicen que está dolida por el trato recibido de una parte de los suyos y también se dice que tiene mucho que contar, caiga quien caiga. Sobre el llamado “catalangate” y sobre otras muchas cosas que conoce en razón de su cargo y de su trayectoria, que no conviene olvidar el papel que jugó, por ejemplo, en la lucha contra ETA y en la captura del fugado jefe de la Guardia Civil, Luis Roldán.

Desde luego, es difícil guiarse por otra cosa que conjeturas, dado el lógico silencio con el que la titular de Defensa prepara su comparecencia estrella este miércoles; pero, como ya anunciara ella misma en la sesión de control de la pasada semana, muchos de los que, desde el bando independentista catalán (y quizá vasco) tanto levantan ahora sus voces indignadas por el espionaje sufrido, presuntamente desde el CNI, se sorprenderán y habrán de bajar la voz. Ello, sugieren algunos medios, significa que la señora Robles, y quizá al día siguiente la señora Esteban, acaso cuenten algunas cosas que sugieren relaciones mucho más cercanas de lo que se piensa entre una parte del independentismo, la de Puigdemont, con la Rusia de Putin. Y, sobre eso, hasta aquí puedo escribir.

Ignoro cuántas autorizaciones judiciales había para espiar a gentes conectadas con el independentismo. Dudo que los cuatro diputados involucrados, dos de los abogados y un par de periodistas que los investigadores de Citizen Lab dicen que fueron también espiados lo hayan sido, en su caso, con el preceptivo visto bueno de los jueces designados para ello. Pero sí tengo que pensar que había razones más que sobradas para investigar qué había tras el Tsunami Democrátic, tras los actos de los CDR, tras el “apreteu” de Quim Torra y, claro, tras los “contactos internacionales” que Puigdemont, empeñado en socavar el Estado, mantenía y mantiene dentro y fuera del Parlamento Europeo.

No tengo dudas de que, en su afán por aclarar lo más posible sobre este pringoso asunto a sus hasta ahora socios de ERC (lo de Junts lo dan por perdido) y hasta a los de Bildu, el Gobierno sacará a la luz papeles clasificados, dossieres reservados y más de un secreto celosamente guardado hasta ahora que, sin duda, van a comprometer bastante a más de un inspirador y ejecutor del independentismo catalán.

¿Justificaría eso algunas escuchas no escrupulosamente ajustadas al procedimiento legal? En el país donde todos escuchan a todos, donde los “pinchazos” telefónicos se han convertido en un deporte también para el independentismo, quizá sí. Lo que me parece muy probable, a la luz de lo que escucho, es que ni el Partido Popular, involucrado en los iniciales espionajes a teléfonos “indepes”, ni Vox, harán sangre contra el Gobierno en este asunto, que puede, según cómo salga todo, dar un giro a la Legislatura. O al menos, a las alianzas establecidas hasta el momento.

Sospecho que en las próximas horas escucharemos también algunas frases de apoyo más explícito que hasta ahora dirigidas desde ámbitos monclovitas a la ministra Robles. Y que quienes se han atrevido a avanzar el rumor de que Sánchez, para contentar a los “socios” de ERC, podría llegar a destituir a la “jefa de los espías”, Paz Esteban, se van a quedar con un palmo de narices. Sánchez, esta vez, no puede cometer errores inducidos por el “equipo Frankenstein”. Ni por sí mismo.

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