Un país de malabaristas

La situación de las familias de bajos recursos está tan complicada, que nadie se atreve a vaticinar lo que va a pasar en los próximos meses.
Sales a la calle una mañana temprano y solo se ven rostros de angustia caminando sin rumbo bajo la lluvia del abandono. Los niños intentan vivir su infancia a como dé lugar, aunque la implacable tormenta aceche en el cielo huérfano del hogar olvidado. Y nada parece justo en este país de políticos corruptos, facturas falsificadas, pagos en 'B', economía sumergida, prevaricación a la orden del día, malversación indiscriminada y otras menudencias puestas a diario en el plato nuestro de la mesa cotidiana, que debemos tragar sin preguntar ni poder averiguar su origen, su chabacanería sin restricciones.

Para apaciguar los ánimos, desde el 'alto gobierno' nos dicen que nos quedemos tranquilos, que para 2018, o como mucho en 2020, la situación va a mejorar notablemente en todos los ámbitos, como si estuvieran hablando de pasado mañana, o del mes que viene; mientras, los estómagos gritan su hastío por tanta inactividad acumulada, la morosidad en los bancos aumenta a medida que el gasto medio por familia se dispara; los estudiantes, que suponían tener su beca asegurada para este 2014, ahora ven peligrar su futuro en los institutos y universidades, bien por el recorte en el aporte anual de un brutal 70 por ciento en muchos casos, o porque de plano les negaron ese derecho adquirido.

También nos aseguran que 'ya se ve una luz al final del túnel', que los índices macroeconómicos van mejorando, que la prima de riesgo ha descendido, que los intereses de la deuda están en niveles aceptables, que si esto que si lo otro, solo para convencernos de que lo peor ha pasado y que pronto estaremos boyantes en el inmenso mar de la economía mundial. A la espera de ese día tan lejano que se retrasa en el horizonte de la esperanza, la inquietud no deja de acompañarnos como una sombra fiel. Nos hemos convertido en un país de malabaristas y acróbatas siempre en la cuerda floja del escepticismo, prisioneros de unas autonomías de bolsillo, atrapados en un laberinto de suspicacias; el amigo que ya no saluda, los abrazos que se escatiman, el grupo que emigra lejos de este dilema rutinario, y también los que solo deseamos que esta siniestra película que observamos en la delirante pantalla del país tenga un final feliz. No es mucho pedir.

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