Cierra el Mesón do Labrego, pero continúan las coplas de Ramón

Ramón, Lolo, Moncho y Rosa, fundadores de O Labrego.
photo_camera Ramón, Lolo, Moncho y Rosa, fundadores de O Labrego.

Esa laboriosa y por demás acogedora familia que logró incrementar el patrimonio trabajando más que de sol a sol cuando en su cenit, o más allá para quienes se levantan a las 6 de la madrugada y pliegan en la cena con el último servicio retirado de su Mesón do Labrego (A Merca); pero para qué ese incremento de propiedades si te vaciaste trabajando, y, además, ha disminuido el valor de ellas, diríame Lolo, su copropietario. Constato que el trabajo de la hostelería, ímprobo, donde aunque sirvas comidas ciento, si pagas a empleados, a proveedores… al final del esfuerzo familiar ni siquiera sacarás lo equivalente al sueldo de los cuatro de la familia. Este trabajar continuo, sin horario, domingos o fiestas de guardar, como se decía, desgasta a los más aguerridos y estos amigos lo son sobremanera en su oficio que iba más allá de dar de comer, con las atenciones dispensadas a cada comensal por Ramón, Moncho, y más hubiera por parte de Rosa si los fogones no la tuvieran recluida o del mismo Lolo si la carnicería no le emplease todo el tiempo.

Ramón Rodríguez Conde o Ramón da Merca, como le diferenciábamos, que nunca Moncho, que nombre reservado para su sobrino, alma mater de la familiar hostelería, departía a la par que servía platos por doquiera este ex de Renfe jubilado prematuramente por algún físico problema. El fue el promotor de Festa do Porco, del Festival da Cantiga Galega, director y actor de grupos teatrales con elenco de más vecinas que vecinos de la contorna, de una revista en gallego,” Trato”, por lo de tratantes denominación que reciben las gentes de allá, de A Merca; revista que salía cuando oportuno lo considerase, en la que tenían cabida los cuentos, desafíos en fiadeiros, dibujillos de aperos de labranza y su descripción y un largo etc. del folclore de estas tierras, con inmersiones incluso más allá de la frontera donde siempre le regalaban los aldeanos utensilios usados en la artesanía, la carpintería o la labranza o la industria aguardientera. Ramón recupera para la etnografía herramientas casi arrumbadas en los rurales desvanes.

Ya lo último es que continuará por ferias y fiestas cantando coplas de ciego, colgado de una guitarra como lo podría estar de una zanfoña y no a la inversa, acompañado de su correspondiente lazarillo tocado de sombrero, oscuras gafas, rala barba, cual bardo de ignoto nombre que deambulará de acá para acullá más allá de las lindes municipales de su amada patria, recitando coplas de su propia cosecha alusivas a la aldea donde actúe este creativo que empleará su tiempo libre en organizar su almacén de aperos, asignándoles una ficha y clasificándolos por profesiones. Pero más tiempo en clasificar sus breves cuentos que fue recogiendo oralmente de sus visitas a toda cuanta aldea de las tierras de Celanova y más allá.

Rubillós, Corvillón. Entrambosríos, Zarracós, Proente, Santabaia, O Vieiro, Freixo, a Armada, A Mezquita… y aun más allá de estas fronteras podrán disfrutar de los dichos de ciegos de este autodidacta trashumante de sus propias coplas, como si de un aedo heleno, un bardo o juglar medieval, un trovatore itálico o esos que irradiaban desde la Provenza. Una recreación de la que ajenos no estaremos.

Salud a la familia Rodríguez-Conde en esta etapa en la que echaremos de menos las parolas contilleiras de Ramón a postres, los platos de esa cocinera primorosa que es Rosa y la diligencia de su hijo Moncho que ahora asirá el volante de un tráiler para transportar mercancías incluso más allá de las fronteras, que sonará cual liberación del hostelero corsé al que desde la niñez sometido.

Mientras, permanecerá cerrado el Mesón como a la espera de una reapertura para los que lo frecuentábamos y sobre todo para esos operarios de temporales trabajos por la zona, para los innúmeros amigos. Pero ya no sería igual sin la cocina de Rosa, la diligencia de su hijo Moncho o los cuentos del cuñado Ramón.

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