Arte et Alia

La clausura cisterciense de Oseira

El Real monasterio de Oseira y su pueblo.
photo_camera El Real monasterio de Oseira y su pueblo.

Hace unos días fue San Roberto de Molesme, monje benedictino que inició una revolución monástica en el bosque de Cister, un lugar que estaba al lado del tercer mojón (cis tercium lapidem miliarium) de un antiguo camino romano al NE de Francia. Él fue el Prometeo que bebió en las aguas claras del Ora et labora benedictino buscando el fuego del monacato original. Con su prior Alberico y su secretario inglés Stephen Harding, que serán, sucesivamente, los primeros abades de la reforma, al que sucederá Bernardo. Las estatuas de aquellos, con San Benito, exornan la parte alta de la fachada barroca, como vimos mediada la década de los ochenta una mañana, mientras esperábamos que el Padre portero nos abriese. Porque aquel plantó, ellos regaron y el santo abad de Claraval dio desarrollo, secuencia que se ve en las pechinas de la iglesia, un siglo antes.

Ya antes de los setenta iba por allí, desde mi villa natal, Cea, tratando con el P. Juan, un portero de finos saberes y mano izquierda, al que acompañé mientras enseñaba la visita en latín a unos belgas, al que siguió, por años el P. Rafael, andaluz, o el madrileño monje y artista Luís Felipe Álvarez, a quien vi profesar, quien, a veces, lo explica en inglés… El portero es el talante del monasterio al exterior. Luego, en mi caso, ya en clausura, compartía horas con el bibliotecario P. Damián, en una mesa frente a la suya, atareado siempre en la historia de Oseira y del Císter, en lo que había sido palacio abacial de invierno. Por los silenciosos pasillos traté al P. Honorio, el Prior, todo dulzura, y luego a fr. Plácido González Cacheiro, primer Abad de la restauración, con quien a veces hablamos en gallego, pues es de Ourense. También con fr. Juan Mª Vázquez Rey, el maestro de obras, que era de Seara, Cartelle, quien durante veinticinco años lo restauró, rehaciendo la bóveda del refectorio a partir de un arco, o con sus manos lámparas de forja y la sillería del presbiterio, esfuerzos reconocidos por la Diputación con Victorino Núñez y Medalla de Oro en enero de 1990, y una especial para él; reconocimiento culminado a fines de ese año con el Premio Europa Nostra de manos de la Reina Dª Sofía.

Poco a poco, les fui conociendo, y queriendo, el P. Ignacio, fray David, y su cocina, al P. José, el H. Santos, hospedero durante años… Un día, el H. Germán mientras me hacía unas curas en la mano me hizo ver como tenían tiempos de silencio y reglas, en lo que me insistió el padre Godofredo una tarde, mientras poníamos etiquetas al Eucaliptine. Con este tímido gigante me unieron afectos intelectuales desde la USC, pues ambos estábamos con las tesis doctorales, la suya en filosofía. Y también Fr. Juan Mª de la Torre, un pilar en la exégesis cisterciense medieval, y de San Bernardo en particular; y el P. José Luís Santos, este en la literatura espiritual desde el valle de la esperanza, título de uno de sus libros.

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