RECORD STORE DAY

De música y nostalgia

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photo_camera La portada de 'OK Computer', de Radiohead.

Uno nunca recuerda, o no quiere recordar, todos los discos que ha comprado durante su vida, y los gustos culpables siempre acaban relegados a encima del armario

Los ataques de nostalgia son peligrosos. No tienen horarios y aparecen sin avisar, a traición.

Fue por uno de esos ataques que decidí bajar las viejas cajas de discos que habitan sobre el armario del cuarto de invitados. Quizá no fue la nostalgia. Quizás fue la crisis de los 35, sí, una crisis real, no como la de los 20, los 30 o los 40. Esas son de mentira, una estrategia comercial.

Uno nunca recuerda, o no quiere recordar, todos los discos que ha comprado durante su vida, y los gustos culpables siempre acaban relegados a encima del armario.

Encontré todo tipo de cds.

Mi parte más melómana había sido capaz de guardarlos en orden alfabético, cualidades meticulosas que se van perdiendo con la paciencia y la edad. El primero que saqué era “Jagged Little Pill” (1994) de Alanis Morissette, el libreto estaba impecable, el cd no tanto, y la caja todavía conservaba la pegatina con el precio: 2.495 pesetas, unos 15€ de ahora. Al azar cogí uno de la caja pequeña, la de los singles. “Torn” (1997) de Natalie Imbruglia, éste marcaba 595 pesetas, cerca de 4€.

Por aquel entonces en España no existía el Record Store Day (día internacional del disco que se celebra este 16 de Abril) y la única excusa que uno necesitaba para comprar un disco era escuchar una canción que le gustase en la radio, o ver un videoclip en aquel bar que emitía de manera poco legal un canal alemán de música vía satélite. Te comprabas el disco porque te parecía imposible que no hubiese más de una canción que te gustase tanto como la que ya conocías. Y si no era así, lo ponías una y otra vez hasta que, aunque por repetición, te acabase enganchando.

Daba igual que fuese un vinilo, un cd o un cassette. Casi nadie nota la diferencia si no se lo dices. Y sino preguntadle a los señores Google o Youtube, esos villanos empeñados en acabar con cualquier disputa en cualquier bar de la tierra.

Lo importante era tener el disco y aprendérselo.

Los precios no han variado tanto. La música en formato físico no es mucho más cara. La vida sí lo es.

La edición en vinilo de “Resituación”, disco que Nacho Vegas sacó en el año 2014, me costó 17€ el día de su salida al mercado. El “Ok Computer” de Radiohead marcaba 2.995 pesetas (casi 18€) cuando lo compré aquel Lunes del año 1997. Poca diferencia entre dos novedades tan lejanas.

El valor de un disco físico, sea el formato que sea, es el que uno le quiera dar, al igual que con otras muchas cosas: el cine no vale lo mismo para todos, el fútbol no vale lo mismo para todos, incluso el dinero no vale lo mismo para todos.

Mis ingresos actuales son casi idénticos a los de hace 10 años, en ese aspecto la vida no ha cambiado tanto, y ya soy presa de esas excusas necesarias para comprar música: el Record Store Day, el puesto de merchandising de un concierto que te llama después de la tercera cerveza, ver un disco de edición especial en vinilo pero que ya tengo en la estantería de casa, o encontrarte 20€ en el bolsillo de un pantalón y no dudar en bajar a Peggy Records a ver si tienen dos gangas de 10€ que cubran el mono durante unos días.

Ahora escuchamos la música de otro modo, obvio. Comemos de otro modo, salimos de otro modo, nos enamoramos de otro modo, pero siempre procuramos volver a la manera tradicional de hacer las cosas, no existe Spotify que sustituya a un giradiscos o a un reproductor de cd, las mejores cosas suelen ser las que se pueden tocar, e internet todavía no se ha vuelto algo físico. Tiempo al tiempo.

Sigo escuchando música con la misma pasión de siempre, con las mismas ganas y con la misma urgencia desde que compré mi primer disco con mi propio dinero, aquel directo “Quiero que estemos cerca” de Los Ronaldos, y espero conservar todo eso el día que me ponga en el ordenador el último álbum de Damien Jurado “Visions of Us on the Land”.

Cuando quise abrir la última caja de discos que bajé de encima del armario, ya tenía un pie en la adolescencia y estaba a punto de poner el otro. La cerré de nuevo antes de que ese traicionero ataque de nostalgia se instalase en la habitación de invitados para tratar de convencerme de que antes todo era mejor. Antes era antes, sólo eso.

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