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¿Una crisis más grave de lo que se dice?

La vicepresidenta del Gobierno Nadia Calviño, durante su visita a Washington.
photo_camera La vicepresidenta del Gobierno Nadia Calviño, durante su visita a Washington.
Los movimientos de capitales inducen a pensar que Estados Unidos es el país más atractivo, al estar menos afectado por la guerra y tener una moneda que es el refugio habitual en las grandes crisis.

La crisis derivada de la pandemia, que hundió el PIB, se afrontó con políticas expansivas de gasto que dieron pie a un consenso que, al tiempo que la consideraba más intensa que la anterior de 2008, se inclinaba por considerarla menos duradera. Incluso hubo un consenso académico y político al estimar transitorio el primer brote inflacionista. Pero su solapamiento con la crisis energética motivada por la guerra desbarató todos esos pronósticos y consensos. Al menos en España, la situación hoy es preocupante.

La diferencia con respecto a otros países, incluso más afectados por la guerra de Ucrania, está en su punto de partida. Un caso paradigmático sería Alemania, que sufre más, pero tiene fondo de armario suficiente para tirar del gasto público con cargo a una deuda moderada. Por eso puede afrontar ayudas de miles de millones de euros a sus empresas y ciudadanos. España no tiene apenas margen, porque sus niveles de endeudamiento no se lo permiten; máxime ahora que el Banco Central Europeo (BCE) no solo subió los tipos de interés, sino que restringió las compras de deuda.

Es comprensible –política y electoralmente– que el Gobierno de España intente utilizar un lenguaje suave para hablar de esta crisis, sin negarla. Lo mismo sucede incluso con otros estamentos como el BCE o la Comisión Europea, cuya influencia real sobre la economía española es incluso superior a la del propio Gobierno. Nadie quiere extremar las posiciones, a riesgo de incrementar el pánico.

Sin contribuir a ello, los movimientos de la economía –en especial de la financiera– tampoco pasan inadvertidos. El que más y el que menos sabe que en el mundo de hoy solo hay un país –de los grandes– donde los problemas están bajo control, sin que eso presuponga que no tiene dificultades: EE UU.

Tanto por sus expectativas económicas, al estar menos expuesto a la guerra de Ucrania, como por la fortaleza de su moneda, el dólar, EEUU llama la atención de medio mundo. Eso explica que veamos cada día como miles de millones se orientan a sus mercados financieros, procedentes de diversos países.

Un nuevo consenso, poco explícito y a menudo construido con palabras ambiguas, sitúa en dificultades a los países emergentes, con riesgos de crisis financieras por otra parte habituales en muchos de ellos, como Argentina y no digamos Venezuela.

Ni siquiera China es ahora un país con el crecimiento asegurado, ya que la gran fábrica del mundo está perdiendo fuelle. Tampoco le ayudan los nuevos controles generalizados que el Gobierno de Biden impuso a las exportaciones de tecnología a China, con los que se pretende condicionar a otros países avanzados, además de a EEUU.

Y como Europa tiene ahora problemas no solo en los países altamente endeudados –Italia, España, Francia, Portugal y Grecia–, sino también en Alemania y en el Reino Unido –aquí todavía más graves–, el mundo occidental termina aferrándose a EEUU o a pequeños países, que por su dimensión tampoco mueven los mercados de capitales. Así se explican las apuestas de algunos inversores por las cuentas en dólares y las inversiones selectivas en activos estadounidenses de renta fija y variable.

En este contexto, a la eurozona le aguardan subidas de tipos de interés, puede que fuertes para contener la inflación, lo cual terminará incidiendo en el sector inmobiliario. No solo habrá problemas con el gas en Europa. Toca andar con cuidado.

@J_L_Gomez

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