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Europa paga caro no tener política fiscal

Sede del Banco Central Europeo (BCE) en Fráncfort (Alemania).
photo_camera Sede del Banco Central Europeo (BCE) en Fráncfort (Alemania).
Así lo reconoce el propio vicepresidente de la Comisión Europea, Valdis Dombrovskis, cuando dice que la política monetaria ya no basta para plantar cara a la desaceleración económica que atenaza a la UE.

Mientras España se aburre con su eterno proceso para formar Gobierno, Europa se relame sus heridas, ante el riesgo de otra recesión. La UE teme que las desaceleraciones que sufren Alemania e Italia se amplifiquen con un "brexit" sin acuerdo y un recrudecimiento de las batallas comerciales de EEUU -especialmente con China–, hasta el punto de contagiar al resto de la zona euro, España incluida.

A falta de una política fiscal propia, la eurozona tira de su única gran herramienta: la política monetaria –también llamada política financiera–, que a estas alturas parece insuficiente para hacer frente a tantos retos. Lo admite incluso la Comisión Europea –una especie de ejecutivo comunitario–, al advertir de que la política monetaria no basta para hacer frente a la desaceleración económica. “La política monetaria no puede conseguirlo sola (evitar la desaceleración) e invitamos a los países que tienen espacio fiscal a estimular la economía”, dice el vicepresidente de la Comisión Europea, Valdis Dombrovskis. Pero Bruselas no tiene competencias en política fiscal a nivel europeo, que llegados a este punto se hace necesaria, como reconoce la ministra española de Economía Nadia Calviño. Es más, ésta también reclama políticas de reformas estructurales “a nivel nacional”.

El Gobierno alemán lleva años reiterando su rechazo a los eurobonos y a fórmulas de deuda común en la eurozona y no parece que haya acertado con su estrategia, contraria a las tesis de la Comisión Europea y de países como España, partidario de profundizar en la unión económica y monetaria. A su manera, lo explica bien el expresidente del Gobierno Felipe González cuando dice que Europa pasó de ser el laboratorio de las grandes ideas a ser un museo.

Alemania pensó en sí misma, más que en Europa, convencida de su alto nivel de competitividad internacional con productos de alta calidad pero las guerras comerciales de Donald Trump le han parado los pies. Ya no basta con saber hacer automóviles Mercedes o lavadoras Miele: hay que poder venderlas. Tampoco basta –para el euro– con tener una economía pública saneada en Alemania si después resulta que Grecia, Italia, España y Portugal están de deuda hasta arriba.

Por mucho que Alemania se empeñe, en el mundo actual es poca cosa para codearse con EEUU y China. Solo podría hacerlo desde la UE y ésta sigue siendo una gran potencia comercial pero está lejos de ser una federación de estados con una política fiscal común, además de la monetaria.

Un europeísta convencido como González –por lo demás tradicional aliado de Alemania– evoca con claridad la situación cuando invita a ver el cuadro de las primeras 20 empresas de EEUU en los 80 y el mismo cuadro en el año 2000. ¿Cuántas de esas 20 primeras grandes empresas han sido sustituidas? Las primeras 15 o 16 de ahora no existían en 1980. Pero si hacemos lo mismo con el cuadro de Europa, las más grandes empresas de los años 80, desde Deutsche Telekom o Siemens hasta France Telecom, siguen estando ahí. En Europa no hay movilidad ascendente y descendente capaz de premiar la innovación, el talento y la investigación. EE UU y China juegan ya en otra liga.

Todo ello se traduce además, de puertas adentro, en una redistribución negativa del ingreso, tanto en las etapas de crisis como en las de crecimiento. Sin ir más lejos, se ve en España, con una creciente desigualdad y mayor pobreza.

@J_L_Gomez

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