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La nada como alternativa económica

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photo_camera Pedro Sánchez, a las puertas del Palacio de la Moncloa.

Pedro Sánchez no quiere comunistas en su Gobierno, tampoco quiere a Pablo Iglesias, pero no es sincero cuando rechaza a Podemos como socio. Los ministros sin perfil político no existen.

Cualquiera que observe España desde el exterior y reduzca su visión de la política española a los titulares de la prensa podría creer que este es un país sin problemas de paro, precariedad, desigualdad, pobreza, competitividad, pensiones, etcétera. Es decir, podría pensar que España es como Suiza pero con políticos caprichosos, cuyo gran asunto es el juego de las sillas del poder. Lamentablemente, no es así. Este es un país con graves problemas de deuda pública, déficit, productividad y desempleo, que si han pasado a un segundo plano no es porque se hayan evaporado, sino porque los medios siguen el desvarío de una mediocre clase política ocupada en asuntos tan triviales como que Pedro Sánchez ofrece ministros a Podemos sin perfil político y Pablo Iglesias rechaza la oferta, ya que el líder de Podemos no acepta vetos y exige figuras relevantes de su partido.

Todo es tan absurdo y surrealista que, para empezar, no puede haber –por definición– ministros sin perfil político. En el Gobierno de España son políticos el presidente, sus ministros, los secretarios de Estado, los subsecretarios y los directores generales. Solo son técnicos los subdirectores generales, que deben ser funcionarios, y otros servidores públicos de las siguientes escalas de la Administración.

Obviamente, Sánchez quiere decir otra cosa pero como no se atreve a verbalizarlo recurre a falsos eufemismos. Lo que ambiciona Sánchez es no gobernar con Podemos y menos aún con su líder, Pablo Iglesias. En realidad, responde a una pauta habitual en las querencias de los gobernantes socialdemócratas europeos tras la Segunda Guerra Mundial: no dar cabida a ministros comunistas. Pero estas cosas no se dicen así en España porque aquí todo el mundo quiere ser políticamente correcto, a riesgo de terminar siendo ridículo.

¿Tiene, pues, sentido democrático –en términos europeos– que los socialistas españoles no quieran gobernar con los comunistas? Sí. Lo que no tiene sentido es disfrazar ese objetivo con falsa palabrería, como viene haciendo Sánchez. Tan esperpéntico es el líder socialista que si Iglesias quisiera ser audaz podría darle la razón y meterle un gol por la escuadra. Le bastaría para ello con responderle que acepta no entrar en el Gobierno y que acogiéndose a su oferta de cederle ministros sin perfil político –léase no miembros de la dirección de Podemos– colocará en el Ministerio de Economía a un ilustre catedrático de Hacienda de extrema izquierda, que haberlos haylos. Sánchez no podría aceptarlo, a riesgo de ser expulsado de los cielos de Europa, y volvería a ser absurdo.

A Sánchez le gustaría gobernar en solitario o, en el peor de los casos, con ministros de Ciudadanos, pero como Albert Rivera sueña con ser lo que es Pablo Casado, el país sigue a la deriva. Y al tener que cortejar a Podemos – importante para la investidura, pero no imprescindible para la gobernabilidad– se encuentra con que Pablo Iglesias, que no es tonto, juega sus cartas, que siendo malas –a la luz de las urnas– ya no parecen tan malas en la oscura mesa del juego de la política española.

Mientras, el país sigue sin presupuestos actualizados y sin marco para legislativo para hacer reformas económicas y sociales que necesita, ya sea para avanzar en una lógica socialdemócrata –de la mano de Sánchez– o en otra de corte neoliberal, como venía haciendo con Mariano Rajoy. La alternativa es la nada.

@J_L_Gomez

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