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Trump juega con la economía en campaña

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photo_camera Un corredor de bolsa, en Wall Street.
A poco más de un año de las elecciones presidenciales en Estados Unidos, el populismo impregna las decisiones económicas de Donald Trump, sin apenas contrapeso, ni dentro ni fuera de su país.

La guerra comercial entre EE UU y China se ha agravado –es evidente– pero no por ello deja de haber diálogo. De hecho, está prevista otra ronda de conversaciones en septiembre, antes de que parte de las nuevas medidas se vayan a aplicar, lo que no descarta su retirada. Conociendo a Trump, no habría que descartar nada: ni que todo empeore ni que, de repente, sus enemigos se reconviertan en amigos. Más audaz parece su “orden” de retirada a las empresas de EE UU en China, un tanto inverosímil.

Una cosa es lo que dice Trump en Twitter y otra, lo que indica la realidad económica de ambas potencias: una, China, muy exportadora, y otra, EE UU, con una gran maquinaria militar, en la que basa su poderío tecnológico. China es, además, un gran país acreedor y el mayor tenedor extranjero de deuda pública de EE UU, así como un gran proveedor de bienes y servicios.

Tal vez lo que no quiere Trump, a poco más de un año de renovar su mandato en las urnas, es ser el presidente de los EE UU incapaz de frenar el ascenso de China a primera potencia económica, producto de sus fuertes crecimientos del PIB en los últimos años.

En sus actuaciones se mezclan, pues, ingredientes económicos y políticos, casi siempre con un profundo acento populista, a fin de ser percibido por sus votantes como el principal defensor de esa idea que él resume en dos palabras: “América primero”. En ese sentido recurre a menudo a falsos argumentos, contrarios al propio sistema democrático de los EE UU.

Un claro ejemplo de manipulación es hacerse la víctima frente al líder chino, Xi Jinping, al que envidia por su capacidad de manejo del yuán, mientras que él no puede fijar el valor del dólar, por ser competencia del presidente de la Reserva Federal (Fed), actualmente Jerome Powell, a quien critica por no bajar más los tipos de interés y al que llega a equiparar con Xi Jinping como “enemigo de los EE UU”. Semejante caricatura obvia la diferencia entre un estado de economía centralizada, China, y una democracia avanzada, EE UU, pero es verdad que inquieta, en el sentido de que sabiendo que lo que dice es una boutade, lo dice, lo cual podría indicar que lo desea y que le gustaría que sus votantes lo convirtiesen en lo que vendría a ser un dictador.

Otro ejemplo disparatado es su falta de respeto a la economía de mercado al “ordenar” a sus empresas que abandonen China, lo cual tiene obviamente una lectura electoralista. Si sus ensoñaciones fuesen reales, miles de multinacionales que ahora producen en China dejarían de hacerlo para poblar de empleo industrial los EE UU, como si algo así fuese posible hacerlo con un tuit y no tuviera consecuencias económicas para los costes y la competitividad de todas esas compañías.

Siguiendo la disparatada doctrina Trump, Pedro Sánchez podría ordenarle a Amancio Ortega que Inditex solo produjese en Galicia, cuyo PIB se dispararía, a la par que su población. Si no fuese porque lo dice el presidente de los EE UU, estos argumentos simplistas serían considerados comentarios de taberna, pero la realidad indica que el simplón estilo político de Trump, lejos de ser el hazmerreír, convence a mucha gente y se propaga dentro y fuera de su país.

De momento, Trump da más ruido que nueces, lo cual es una buena noticia. Pero no hay que perder de vista que está logrando cambiar algunas cosas y, sobre todo, que hay gente que le hace caso.

@J_L_Gomez

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