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De Venezuela interesa su petróleo

Jorge Rodríguez, presidente de la Asamblea, lidera la delegación venezolana.
photo_camera Jorge Rodríguez, presidente de la Asamblea, lidera la delegación venezolana.
Este reconocimiento de que el verdadero interés occidental por un país venido a menos es, sobre todo, económico no es incompatible con que beneficie a los venezolanos, empobrecidos por el chavismo.

Durante años, tras la caída de la dictadura de Pérez Jiménez en 1958, Venezuela fue un país democrático y próspero, donde lograron vivir bien sus ciudadanos y millones de inmigrantes, muchos llegados desde España, sobre todo desde Galicia y Canarias. Con altibajos, esa democracia se mantuvo más o menos estabilizada hasta la deriva de Hugo Chávez, acentuada por su sucesor, el presidente Nicolás Maduro.

Venezuela no es ahora ni democrática ni próspera y ha expulsado a más de cinco millones de venezolanos, muchos de ellos cualificados profesionales que se han abierto paso en países como España, Argentina, Chile o Estados Unidos, pero que han dejado Venezuela descapitalizada.

En América Latina, Venezuela tendría que ser el país más próspero –en ningún caso menos que Costa Rica, Panamá, Uruguay o Chile– pero es de los más pobres, teniendo las mayores reservas de petróleo del mundo. El chavismo hundió su democracia y su economía, lo cual no quiere decir que esté derrotado en un país donde controla casi todas las estructuras de poder. EE UU y la UE lo saben bien.

La guerra de Ucrania ha obligado a Washington y a Bruselas a repensar la situación de Venezuela, que al fracaso del modelo chavista une un bloqueo occidental importante. Si Venezuela vuelve a ser productiva caerá un poco menos en manos de Rusia y China y abastecerá de petróleo, como siempre hizo, a EEUU y, en menor medida, a Europa. De Venezuela interesa su petróleo, pero este reconocimiento de que el verdadero interés occidental por un país venido a menos es, sobre todo, económico no es incompatible con que beneficie a los venezolanos, empobrecidos por el chavismo.

Más que aspirar a tumbar a Maduro en las elecciones de 2024, Occidente quiere que Venezuela no sea un satélite de chinos y rusos en el Caribe y que su recuperación económica –exportando petróleo– permita sentar las bases de una posible democracia a medio plazo.

¿No es entonces posible un triunfo de la oposición en las presidenciales de 2024? Posible, sí; probable, no tanto. Los partidos opositores siguen muy divididos, repletos de aparentes grandes líderes, pero sin ninguno capaz de ser alternativa real a Nicolás Maduro. En buena media por su desunión, lo cual no es culpa del chavismo.

Hay quien ve posible un Gobierno de concentración nacional tras las elecciones de 2024; máxime si se hicieran coincidir presidenciales y legislativas, pero un andamiaje político así es difícilmente compatible con la intención del chavismo de perpetuarse en el poder, del mismo modo que hicieron los comunistas en Cuba.

Otros menos ambiciosos en términos democráticos, pero pragmáticos, limitan sus aspiraciones a que el peculiar capitalismo de la Venezuela chavista se parezca más al modelo chino que al ruso.

Sea como sea, parece evidente que algo se mueve en Venezuela y que de México puede salir un acuerdo de mínimos entre el Gobierno y la oposición. Económicamente, se trataría de revitalizar su deteriorada industria del petróleo mediante inversión extranjera, y políticamente, de que el régimen chavista respete al menos la vida de los opositores, muchos de ellos presos y otros exiliados. Una Venezuela un poco más normalizada elevaría el deteriorado nivel de vida de su gente y podría dar paso a una revitalización democrática a medio plazo. Puede ser, pero de momento suena a ingeniería política de laboratorio.

@J_L_Gomez

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