CAPÍTULO 20 Y ÚLTIMO

Los días de menos

Al comisario se le acumulan expedientes. ¿Quién puede decir que no a la solución definitiva al goteo de cadáveres?

 

Itxu Díaz es periodista y escritor. Ha escrito anteriormente la colección de artículos «Haciendo Amigos» (2006), la novela cómica «Ganador Perdido» (2007), la crónica política «Un ministro en mi nevera» (2009), el libro de humor «Yo maté a un gurú de Internet» (2012), la biografía «Los Clones, un libro muy serio» (2012), el manual satírico «Aprende a cocinar lo suficientemente mal como para que otro lo haga por ti» (2015), y «Dios siempre llama mil veces» (2015).;

Era aquella la luz extraña del atardecer del verano. Amarillos y azules, y gotas de azufre brotando de los pliegues de la cara tibia del agua. Y Marta estaba de nuevo allí, asomada al misterio de A Chavasqueira, como la primera vez. Quizá llevaba tres siglos despidiendo a Jorge en el mismo lugar. ¿Pero quién era hoy aquel chico? Ni lo recuerdo. Los hombres que se pierden desaparecen. Y en silencio. No como los cuerpos de los asesinados, que siempre terminan contando la verdad. 

A la joven se le hizo de noche ensimismada en una sortija de flores que retorcía con esmero. Paciencia de tejedora. Melancolía de perdedora. Fueron prendiendo las estrellas en el cielo y los faroles en la entrada de las casas, una lluvia de soledades amarillentas en la montaña verde que nace del cielo. Es el último cielo rosa del verano. El cielo de los que se amaron. Y el de los muertos. También es el cielo de los muertos.

Marta y Jorge, dos cadáveres vivos. Agonizantes. Y la puesta de sol, ya tempranera y fresca, partiendo la tarde, a la hora de darle a agosto el beso de buenas noches. Entre aquellas piedras y juncos habían florecido mil veces el amor y las despedidas. De Dolo, el recuerdo. De Pablo, la sonrisa. De Jorge, el adiós. De los muertos, la brisa. De los sueños, la nada. De las termas, el mar. El mar del olvido. 

*** 

Whisky y los pies encima de la mesa. Al comisario se le acumulan los expedientes de los últimos meses. ¿Quién puede decir que no a firmar la solución definitiva al goteo de cadáveres? León, el más joven de los policías, irrumpió en el despacho del jefe, que se rehizo nervioso de sus cábalas y derramó sin querer la botella de whisky sobre la mesa. 

- Le he dicho un millón de millones de miles de cientos de malditas veces que llame antes de entrar, Martínez. Que-lla-me-an-tes-de-en-trar- deletreó con los mofletes enrojecidos.
- He llamado. -respondió el joven.
- Pues salga y vuelva a hacerlo.

El niño Martínez se dirigió al pasillo con su impecable uniforme, muy digno, cerró la puerta y la golpeó de nuevo con gran energía.

- ¡No, no se puede! -respondió el comisario, arrojando el tapón de la botella de whisky contra la puerta.

Martínez entró de nuevo, con tal mala sombra que cruzó su ojo la trayectoria fatal del tapón. No fue un taponazo limpio. Al contacto con el ojo de León, hizo ventosa, y así el joven hubo de continuar la conversación con el tapón chapado al vacío sobre su retina; con el ojo en conserva.

-¡Pero si me ha dicho que salga y entre! -objetó, tapón oscilante en ojo.
- ¡No! ¡Le he dicho que salga y llame! ¡No que salga y entre! ¿Comprende usted la diferencia? -diría que el comisario estaba fuera de sí, si es que alguna vez había logrado estar dentro de sí.
- Por supuesto, a sus órdenes.
- ¿Está usted a mis órdenes, verdad?
- A morir, señor. - “A morir le enviaba yo”, rumió el jefe para sus adentros.
- En ese caso voy a darle dos órdenes -dijo el jefe de policía.
- ¡De acuerdo!
- Salga y salga.
- Ahora mismo.
- Y por favor.
- ¡Dígame!
- ¡No se olvide de salir!

El portazo de Martínez levantó varios papeles de la mesa. Uno de ellos, la copia del certificado de defunción y las fotografías de uno de los cadáveres de A Chavasqueira. Entre sus manos los pasaba una y mil veces cuando sonó de pronto el teléfono, crispando los ánimos de la tarde. Habían detectado las huellas dacticalres de su hijo en uno de los cadáveres que aparecieron en las termas. La llamada fue breve. La tragedia, larga.

*** 

Jorge seguía coleccionando desengaños. En una terraza, cerca del tragaluz, empinaba otro botellín de cerveza. Y con los ojos mirando al infinito se dejó invadir por aquella vieja estrofa de los 90. 

“Y recordé su voz 
bromeando en las tardes, 
diciéndome 
¿qué harás si hay cambio de planes?”.

La voz de Enrique Urquijo sonaba amarga. Como un último abrazo en la estación. Como el recuerdo de un verano que yace ahora, panza arriba, yermos los dedos, lacios los cabellos llenos de sal, y tan secos los labios, como ceniza, como ceniza ardiente. Brasa nueva de brasa vieja. 

Jorge nunca respondió a la pregunta que colgaron del tiempo Los Secretos, a través de los ojos azules de aquella muchacha. Y aquí estaba ante la esbelta figura fatal de su interrogación, insultante y desalmado, el cambio de planes. Pronto sabrá que Pablo ha desaparecido. A veces la vida es solo una forma de echar de menos todo lo que un día fue y ya no es.

***
Pablo había pasado, como tantas veces, la tarde en las termas. Marta lo vio. Ella lo sabe. Lo vio saltar al fondo del agua. Era el hijo del comisario, sin duda. El torso, desnudo. A pleno sol. Con una canción de Mikel Erentxun, afinando el crepúsculo. 

“He vestido mis ojos de amianto 
porque los tuyos vigilan de cerca 
como un ave de mal agüero. 
Solo he muerto de amor una vez 
pero aun me queda otra muerte pagada, emboscada”.

Pablo se lanzó al agua y dejó de respirar tantos segundos que sus brazadas submarinas parecían voluptuosas eternidades. Como un gran pez difuminado, surcaba su sombra aquel denso silencio de agua y nada. Pequeñas burbujas como único rastro de su temeridad, de su misterio. De algún modo, con cada impulso hacia el fondo de la tierra, el hijo del comisario se llevaba en los dedos cada uno de los enigmas de los amores y crímenes de A Chavasqueira. El tragaluz enrojecía en pálpitos de plata y oro. Su avance se volvió sin retorno. La luna lo tiñó todo de azul y en algún lugar al comisario se le escurrió otra botella de whisky entre las manos. Pablo ya nunca salió a flote. Aunque un día emergió. 

 

Historia de una novela ourensana y experimental

 

Cada una de las entregas de esta novela, "El tragaluz de A Chavasqueira", está firmada por un autor diferente y desarrollada a partir de lo que han ido escribiendo los precedentes, sin permitirse a los escritores concertar el destino de su prosa y de sus historias. 

Más de una veintena de escritores, periodistas y personalidades del mundo de la cultura participan en esta iniciativa veraniega de La Región, que acoge tanto a firmas locales, como a autores del panorama nacional y puntuales colaboraciones internacionales, para solaz y disfrute de los lectores, evocando las antiguas novelas por entregas de los periódicos de ayer, y añadiendo el enigmático componente de una experiencia literaria imaginativa y artísticamente abierta. Un ejercicio libre y gratificante tanto para los autores que se están sumando a este sorprendente reto, como para los lectores, que a lo largo del verano irán descubriendo la evolución de personajes como Marta, Jorge, o Pablo, en una acción que transcurre con la ciudad de Ourense como escenario. 

Los capítulos de "El tragaluz de A Chavasqueira" podrán seguirse con La Región durante los meses de julio y agosto en las páginas veraniegas del diario.

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