CAPÍTULO 17 | EL TRAGALUZ DE A CHAVASQUEIRA

Hay que llamar a Romero

Tampoco estaba claro qué oscuro pecado había cometido para terminar su carrera en una plaza de segunda como O Barco

 

Ignacio Peyró es periodista y escritor. Autor de "Pompa y circunstancia". Diccionario sentimental de la cultura inglesa. Colabora con algunos de los más prestigiosos medios escritos nacionales. 

No era impostado. Era uno de esos policías vieja escuela que por todo desayuno se fumaban un cigarrillo negro y se bebían un café más negro todavía. Romero tenía muchas horas de barra. Había llegado a ser alguien en Madrid. Algunos decían que también había estado –allá por los setenta- en Via Laietana, pero nadie había reunido el valor para preguntárselo a la cara. Tampoco estaba claro qué oscuro pecado había cometido para terminar su carrera en una plaza de segunda como O Barco, él, que en tiempos era –según se decía- de los que susurraban al oído del ministro. De lo que nadie dudaba era de que Romero era un buen policía. Quizá por eso podía tratar de igual a igual con el Jefe Superior de Orense. Ya le había sacado de algún apuro. Y ahora, el apuro era de importancia.
- Entonces, ¿cómo lo ves?
- A ver. Tengo aquí una china muerta. Los de la playa del verano pasado. Luego, los tres o cuatro de las termas. La médium loca esta. Y además, hay que buscar al comisario. ¿Es eso? Porque si es eso, no es un caso, es un sindiós.
- Aún no has llegado al final. ¿No has visto lo de La Región hoy?
- ¿El qué de La Región?
Vieitez rebuscó entre las páginas y le extendió la fotocopia del periódico. Romero leyó la noticia en un silencio moteado de varios “jo-der” farfullados entre dientes.

TRÁGICA MUERTE DEL HEREDERO DE LA FORTUNA DE LOS FERRÍN

Córgomo (Ourense). P. Sanromán. El cuerpo de David Ferrín Menéndez, de veinticuatro años de edad, fue hallado sin vida ayer por la mañana en una cuba de vino de acero inoxidable situada en las instalaciones de la bodega propiedad de su familia, Casal da Ermida, en la parroquia de Córgomo. Los operarios de la empresa hallaron el cadáver cuando se disponían a embotellar una partida de vino destinada a la exportación. Tras el macabro descubrimiento, la Policía se personó en la bodega, previo aviso de los trabajadores de la misma, para proceder al levantamiento del cadáver en presencia del juez y dar comienzo a las investigaciones. Provisionalmente, todo parece apuntar a un trágico accidente.
El joven David Ferrín, hijo único de la célebre familia pizarrera, era una persona popular y querida en toda la comarca de Valdeorras, donde destacaba por las concurridas fiestas que habitualmente organizaba en el pazo familiar de Arxelas.
Actualmente trabajaba en la bodega fundada por su padre, José Ferrín, años atrás, donde era encargado de comunicación y marketing, siendo frecuentes sus desplazamientos a ferias nacionales e internacionales. También estaba al cargo del proyecto de enoturismo que, según sus conocidos, constituía su mayor ilusión en estos momentos. En los días previos a su muerte, había acudido a Vilamartín a disfrutar de las fiestas patronales de la Magdalena.
Según fuentes forenses consultadas por La Región, no es la primera vez que, en una región vinícola como Valdeorras, se producen este tipo de desgraciados accidentes. Las mismas fuentes indicaron informalmente, a falta de conocer los resultados de la autopsia, que en estos casos el fallecimiento se produce en pocos minutos, a causa de la asfixia provocada por los vapores del vino.
Las honras fúnebres tendrán lugar mañana en O Barco en la más estricta intimidad, por deseo expreso de la familia Ferrín”.
- ¿Y bien?
- ¿Y bien qué? Está claro. Iba con una curda de elefante. Había salido de fiesta. No era la primera vez, era muy fiestero, muy putero. En eso se parecía al padre.Tenían que embotellar esa mañana, querría comprobar algo. Te aseguro que no es el primero que se cae en una cuba y se mata. Ha pasado siempre. En los pueblos pasa siempre. Te caes y estás muerto. Una desgracia. Una desgracia, pero no un crimen.
- Ya. Lo que pasa es que hay algunos datos que no se le han contado a la prensa.
- ¿Como qué?
- Como que el niño este no se cayó a la cuba. De hecho, estaba muerto, o al menos agonizante, cuando lo tiraron. Eso lo dirán los médicos. Le dieron con una lancha de pizarra en la cabeza. Una lancha que también está en la cuba. ¿Qué? ¿Se pone interesante?
- Bueno. Se pone complicado.
- ¿Te quedas con esto?
Romero no respondió. Ya estaba saliendo por la puerta.

***

El hijo de un pizarrero muere con el cráneo aplastado por una pizarra. Acostumbrado ya a los crímenes rurales –escopetazos por herencias, riñas por las lindes-, el clasicismo del asesinato del hijo de Ferrín casi reconfortaba a Romero. El asunto tenía todos los ingredientes. Un niño rico pasado de vueltas. Droga y madrugada. Malas compañías. Mucha dominicana de puticlub. Un padre que nació pobre como una rata y era listo como un zorro. Trapicheo de tabaco hasta el descubrimiento de la coca. Fajos de dinero negro al peso. Una cantera de pizarra, una de las potentes, para lavarlo. Y para hacerse un respeto, la bodega, ideal para invitar a conselleiros, a alcaldes, a jerarcas de la Diputación… así hasta que el propio Ferrín, de izquierdas cuando gana la izquierda y de derechas cuando gana la derecha, empieza a poner él mismo a los alcaldes. Nada más llegar a O Barco, Romero había recibido la consigna: con los Ferrín, “ni meterse”. Se habían ahorrado la segunda parte de la frase: “o estás muerto”.
Ahora, sin embargo, había que meterse con ellos, y Romero empezó por donde solía: el afamado puticlub Osiris, principal consumidor de Dom Pérignon en la provincia de Orense, según datos del distribuidor, y un lugar donde los Ferrín se sentían como en casa. Al fin y al cabo, eran proveedores del narcótico de calidad que el establecimiento ofrecía a sus clientes. A las ocho de la tarde, la sala –con una música latina muy tenue- estaba vacía: tan sólo un camarero secaba los vasos de tubo tras la barra y dos muchachas sudamericanas bostezaban mirando el móvil.
- ¿Dónde vas, mi amol? ¿Un poquito de fiestecita rica?
No, Romero no siempre había ido al Osiris a investigar. Por eso mismo sabía que la oficina del Moro estaba justo detrás del mostrador donde uno esperaba, mulata en ristre, a que le dieran la llave de la habitación. Romero entró sin llamar y se encontró al Moro cenando, sin camiseta. Tenía a su lado la caja del día, una pistola y una botella de vino blanco en una cubitera.
- ¿Qué? ¿No está contento el señor con el servicio?
- No he venido a eso hoy. Tenemos que hablar de Ferrín. Y de la china. La que trabajaba aquí. Y de todo lo demás.
- No sé de qué me hablas.
- Podemos hablar aquí o en comisaría. Tú decides.
- Dispara.
Por un momento, ese "dispara" le sonó a Romero de lo más tentador.

 

Historia de una novela ourensana y experimental

 

Cada una de las entregas de esta novela, "El tragaluz de A Chavasqueira", está firmada por un autor diferente y desarrollada a partir de lo que han ido escribiendo los precedentes, sin permitirse a los escritores concertar el destino de su prosa y de sus historias. 

Más de una veintena de escritores, periodistas y personalidades del mundo de la cultura participan en esta iniciativa veraniega de La Región, que acoge tanto a firmas locales, como a autores del panorama nacional y puntuales colaboraciones internacionales, para solaz y disfrute de los lectores, evocando las antiguas novelas por entregas de los periódicos de ayer, y añadiendo el enigmático componente de una experiencia literaria imaginativa y artísticamente abierta. Un ejercicio libre y gratificante tanto para los autores que se están sumando a este sorprendente reto, como para los lectores, que a lo largo del verano irán descubriendo la evolución de personajes como Marta, Jorge, o Pablo, en una acción que transcurre con la ciudad de Ourense como escenario. 

Los capítulos de "El tragaluz de A Chavasqueira" podrán seguirse con La Región durante los meses de julio y agosto en las páginas veraniegas del diario.

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