CAPÍTULO 7

El secreto que se oculta tras el tragaluz

El jefe de policía acariciaba su Glock 17 sin dejar de pensar, como si su mente fuera una trituradora de carne

 

Marisa Gallero es periodista. Empezó en el diario de Cádiz y fue directora de programas de actualidad, jefa de comunicación y autora de libros de investigación como 'Bárcenas. La caja fuerte'. Actualmente escribe en ABC y los programas de La Sexta. 

Se despertó sudando. Gotas frías le recorrían las sienes creando caminos angustiosos.
Jorge se había agarrado con fuerza a las vigas de la buhardilla, alzando el cuerpo como una grulla, se lanzaba con fuerza contra ella. La madera maciza se podía rozar con sólo levantar los brazos.

A cada impulso, ella gritaba, y él le susurraba con voz ronca que estaba maldita, por ser de él. No tendría escapatoria. Conocía todos sus secretos.

Esos susurros eran tan reales, tan nítidos, que sonaban en A Chavasqueira como una premonición.

Marta se asustó. Miró por el tragaluz. Instintivamente alzó el brazo y acarició lo que un día fue un árbol. El reflejo de la luna era tenue. Y tan intenso lo que había soñado, que le dio vértigo. ¿Se puede perder todo como si fuera un murmullo, como una brisa nocturna?

Se había quedado dormida después de unas rondas con Pablo, tras una agotadora jornada de rebajas. ¿Por qué todas tenían esa manía de probarse tallas más pequeñas? ¿Una 38 por una 42? Meneó la cabeza, consultando impaciente la hora en el móvil. Y le busco... Hacía unos minutos que estaba conectado. El muy cabrón ya estaría al acecho de otra. Insaciable. La engatusaría como a ella. ¡¡¡Cómo se pudo enamorar de tremendo idiota!!!

Cuanto más lo pensaba, menos lo entendía. ¿Por qué esa obsesión de grabarse con la polla en ristre? El cerebro se les iba a la punta… ¡Como si nadie le pudiera ver en As Burgas! No era la primera vez. Le encantaba zambullirse a medianoche. ¿Tan imbécil para no darse cuenta de que lo reconocería? Daba igual los pixeles en su cara. Ella se sabía cada centímetro. Y de nuevo un escalofrío hasta el corazón, como una certeza absoluta. A Jorge lo olvidaría, pero nunca como se movía dentro de ella.

Los ojos se le estaban secando de tanto llorar. Contempló ante sí el abismo sin consuelo, y se dio cuenta de que había bajado un peldaño, cuando siempre pensó que lo suyo era subir para crecer. Un escalón tras otro. Si el pasado se le iba a clavar como un puñal, iba a sangrar hasta olvidar...

Se acordó de la mirada de cordero degollado de Pablo, cuando sonaba de fondo el «Feo, fuerte y formal» de Loquillo. La primera estrofa –«No vine aquí para hacer amigos / pero sabes que siempre puedes contar conmigo»– le atrajo una idea fatal. ¿Cómo se aniquila a alguien que se cuela por una pequeña rendija entre sueños? Ya sabía lo que más le jodería a Jorge, que se liará con su amigo del alma. Ese que no valía ni para una sola confidencia. Sí había que jugar, se inventaría las reglas. Se había cansado de esperar.

Era un golpe bajo, pero mejor que lamerse las heridas en soledad. Cogió el móvil mientras meditaba cómo atraer a su sombra. Si al despistado de Pablo le regía también el cerebro en la punta, sería fácil. En su mente empezó a tararear a Héroes. «Y si te piensas echar atrás / tienes muchas huellas que borrar… Déjame, que yo no tengo la culpa de verte caer / si yo no tengo la culpa de verte caer…». Sonrío, mientras se decía. «Marta, Martita. Siempre tan buena chica». Hasta ahora, el secreto tras el tragaluz sólo lo conocía Jorge.

***

Jorge se quedó exhausto sobre las majestuosas tetas de Dolo. Ella, había cerrado los ojos con una sonrisa. Era la segunda noche que lo atraía… Ensimismado, volvió a recordar que todos habían visto su polla como si la llevara tatuada en la frente. ¡Maldito Pacho! ¡Le había jodido bien! Se echó mecánicamente a un lado para consultar una vez más el móvil. Marta estaría durmiendo. Deseo oler su melena color azabache contemplándola a través de la claridad del tragaluz. Mientras inconscientemente rozaba uno de los pezones de Dolo, pequeño y duro. Sus contradicciones arruinarían su vida.

Lo mismo le había ocurrido en Madrid. Tan estúpido como para olvidar las normas. Se creyó a pies juntillas a un delincuente hasta tragarse sus bolas como si fuera un puto mulero… Y esa bola le había explotado en la barriga. ¿Cómo pudo pensar que podía desarticular una red de pederastas con un tipo sin escrúpulos en pleno juicio? Las cloacas del Estado habían actuado con rapidez y él se había quedado sin nada, arruinando su carrera.

El caso no existía, lo habían troceado en distintos juzgados. Y el fiscal, con sus terabyte de pornografía, se estaría riendo de su inocencia, mientras pagaba los favores conseguidos acechando a un jefe de policía, íntimo del juez que dirigía una operación contra el narcotráfico en las Rías Baixas. Lo peor. Su padre. Tan de provincias. Salvándole con orgullo, mientras le ponía un despachito en la Rúa do Progreso. Su gran reputación como juez estaba por encima de sus posibilidades. Ni era consciente de que había tapado las inmundicias deleznables de un chivato.

***

La conversación con Pablo le había dejado peor sabor de boca. Esa sensación viscosa que se le había agarrado al pecho, le había subido hasta la garganta, dejándole sin fuerzas para preguntarle qué carajo había estado haciendo durante todo el día. Lo único bueno, que sin querer le había dado una pista. Tenían que buscar cuál era la lógica del asesino.
El jefe de policía acariciaba su Glock 17 sin dejar de pensar, como si su mente fuera una trituradora de carne. El puto borracho le había helado la sangre. Pensó que nunca sabía nada de lo que hacía. Y, no, no podía ser. Por mucho que algunos creyeran que los líos siempre venían de su Pablo... Se sentía muy cansado. Tenía que encontrar al hijo de puta capaz de meterle tres tiros a un chaval por la espalda. Con trama o sin trama. Así la duda se evaporaría. Volvió a llamar a Faramiñas. La noche se iba a alargar hasta ser insoportable.

¡Faramiñas! –le gritó conjurándose contra sí mismo, no quería pensar que sólo era un hombre común y corriente, luchando contra un destino mediocre–. Esta noche nos vamos de alterne… Empezamos con el Paraíso, luego Suevia y Gato Negro…
 
Su móvil era un no parar. Ayer la foto de la mano de Jorge manoseando las tetas de Dolo. Ahora, Marta. Con la música de Urquijo en un eterno bucle, contempló atónito la imagen que le había enviado por WhatsApp. No era un espejismo. Ella por fin se había dirigido a su camino. Mirándola se dio cuenta de que había dejado de ser el eterno voyeur, para convertirse en el protagonista.
Los días de verano, tan húmedos, se tornaban extraños.

 

Historia de una novela ourensana y experimental

 

Cada una de las entregas de esta novela, "El tragaluz de A Chavasqueira", está firmada por un autor diferente y desarrollada a partir de lo que han ido escribiendo los precedentes, sin permitirse a los escritores concertar el destino de su prosa y de sus historias. 

Más de una veintena de escritores, periodistas y personalidades del mundo de la cultura participan en esta iniciativa veraniega de La Región, que acoge tanto a firmas locales, como a autores del panorama nacional y puntuales colaboraciones internacionales, para solaz y disfrute de los lectores, evocando las antiguas novelas por entregas de los periódicos de ayer, y añadiendo el enigmático componente de una experiencia literaria imaginativa y artísticamente abierta. Un ejercicio libre y gratificante tanto para los autores que se están sumando a este sorprendente reto, como para los lectores, que a lo largo del verano irán descubriendo la evolución de personajes como Marta, Jorge, o Pablo, en una acción que transcurre con la ciudad de Ourense como escenario. 

Los capítulos de "El tragaluz de A Chavasqueira" podrán seguirse con La Región durante los meses de julio y agosto en las páginas veraniegas del diario.

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