El ganador que ya no tiene rivales

photo_camera Alberto Núñez Feijóo

Un triunfador sereno, un gestor frío, escrupulosamente serio, que puede ser a la vez tecnócrata y líder de partido, y al que sus propios éxitos electorales le obligan a vivir bajo un constante desmentido sobre su futuro político. 

Mira con una extraña firmeza en los ojos, que parecen siempre los de un hombre acatarrado, que respira en el filo de un estornudo. Habita bajo la piel del de Os Peares un personaje político crecido, con una solidez y confianza en sí mismo que bien justificaría una arrogancia en la que, sin embargo, no se excede, salvo cuando alguien afea los logros de sus mandatos. A corta distancia exhibe más responsabilidad que sensibilidad, más sentido común que empatía, más sentido del deber que entusiasmo. 

Trasluce un desapego en el que no es fácil escudriñar si hay apatía o quizá una estudiada imagen diseñada por sus más próximos asesores. Que no es que la política no le encienda, sino que por momentos la vida parece haberlo puesto en el predecible lugar que le correspondía, con esa despreocupada serenidad que enarbolan los que creen en el destino, que ven pasar los hitos de su biografía como monótonos paisajes al otro lado de la ventanilla de un tren.

A Alberto Núñez Feijóo (Ourense, 1961) se le atisba revestido ya por el mármol del cargo institucional en el que lleva desde 2009, y en el que los gallegos acaban de reafirmarle con su voto durante otros cuatro años. No hay ni rastro de aquel delfín de Manuel Fraga, que sustituyó al de Villalba al frente del PPdeG en el 2006; si acaso, conserva un reflejo, un ademán al desvivirse por lo inmediato, de su lejana vocación para la gestión de empresas e instituciones públicas. 

Si aún joven, en los 90, bregó en la trastienda de la responsabilidad de las consejerías de Agricultura y Sanidad, más tarde José María Aznar le confió la gerencia de empresas estatales, como aquel Insalud, del que fue presidente entre 1996 y 2000, o como Correos, que gestionó entre 2001 y 2003, cuando regresó a su tierra como vicepresidente de la Xunta, donde terminaría de forjarse el animal político que hoy conocemos.

Le tocó en 2009 ser el malo de las tijeras y taponar los agujeros de un bipartito, el de socialistas y nacionalistas, que pagó muy cara su propia disputa de las migajas del poder y que dejó a su paso tierra quemada en los cajones de las consellerías. Así, Feijóo fue el primero en hacer ajustes importantes en un gobierno autonómico en plena crisis económica, cuando aquello no se llamaba recortes sino austeridad, y la calle lo percibía con cierto alivio. 

Impasible a las críticas, a veces feroces, pero atento a las corrientes de opinión que, contrarias o no a su partido, podrían hacer fracasar sus grandes proyectos para Galicia, el líder gallego se ganó pronto a la parroquia nacional, convirtiéndose en uno de los políticos mejor valorados en las encuestas. Arma de doble filo, esa bendición le trajo la maldición de ser el eterno tapado  -o totalmente descubierto- a presidir el partido en toda España. Pero esos laureles le trajeron también la ampliación de su mayoría absoluta en Galicia en 2012.

Reformas, austeridad, miles de cifras y una infrecuente presunción de eficacia gestora, que resiste a ratos ajena incluso a su militancia política. Quizá por eso siempre huye de las polémicas más ideológicas, abomina de la derecha casi tanto como de la izquierda, y asegura que no le gusta utilizar el gallego como arma en el debate político. Son escasísimas sus concesiones al populismo de tertulia en el que picotean, al menos alguna vez, casi todos los presidentes, y vive siempre y sin solución en los mentideros compostelanos y madrileños, en posición de salida hacia cotas más altas. Porque puede decirse que la vida de Feijóo es eso que pasa mientras rechaza una y otra vez que tenga interés alguno en saltar a Madrid y hacerse con el timón de un partido que ya lo necesita más a él, que él al partido. Pura disciplina hacia las alturas del PP, pero tampoco es necesario escenificarlo todos los días; y mucho menos con fotógrafos delante. Pero vive siempre en comedida sintonía con Mariano Rajoy, que parece que nunca ha terminado de perdonarle que le salvara los platos del PP en 2009, dándole la primera gran alegría al partido en el largo invierno de Génova durante el zapaterismo. 

La mayoría absoluta del 2012 le permitió multiplicar su propio modelo de gestión autonómica, haciendo hincapié en la lucha contra el paro, la recuperación económica, y un cuidado equilibrio entre el gasto controlado y el mantenimiento de las políticas sociales. 

Aún bajo los peores fuegos de corrupción en el PP, Feijóo ha sabido aislarse y pasar ante la opinión pública como intolerable con quienes se han manchado las manos a su alrededor. Y así, la mayoría de este domingo en las urnas, consolida a Feijóo como el político español más respaldado por la ciudadanía, dejando una vez más en una situación incómoda a quienes temen que, algún día, decida dar algún salto hacia algún lugar. Si es tarde o no solo lo sabe él. Por ahora, solo un mantra: “Galicia, Galicia, Galicia”. Y en eso estaremos.

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