CRÓNICA

El día después en Sant Llorenç: "¿Y a vosotros, no os pasó nada?"

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photo_camera Cuatro jóvenes caminan por una calle cubierta de lodo en Sant Llorença

Montañas de muebles se apilan todavía en las calles aledañas al torrente que se desbordó el martes dejando al menos diez muertos, decenas de casas anegadas y muchos vecinos confundidos.

En Sant Llorenç des Cardassar hoy casi todos tienen los zapatos llenos de barro. El pueblo ha amanecido envuelto de una extraña euforia de actividad, en un intento por volver pronto a la vida normal que se ve truncado por una realidad no tan amable.

Montañas de muebles se apilan todavía en las calles aledañas al torrente que se desbordó el martes dejando al menos diez muertos, decenas de casas anegadas y muchos vecinos confundidos. Hoy se afanan por deshacerse del lodo con palas, cubos, carretillas y todo lo que se encuentra a mano, ayudados por militares y adolescentes voluntarios.

Este jueves, Sant Llorenç se divide en dos, la parte baja y la alta. La primera se viste de marrón, de coches destrozados y casas ya achicadas pero con un olor a humedad que difícilmente desaparecerá. Por las ventanas de sus plantas bajas se arrojan esta mañana a la calle cafeteras, muebles, libros y cuadros. "Es como en una guerra", comenta un vecino al ver la escena.

A lo largo de la carretera de Son Servera, una de las calles más afectadas, el pitido de los camiones y excavadoras dando marcha atrás en el barro acompaña al sonido metálico de las palas. Ahí tiene su carpintería un vecino que perdió a un amigo en la riada.

"Era de mi quinta, 55 años. Le busqué toda la noche anteayer". Así recuerda a Gabriel Mesquida, que tenía una herrería en el pueblo y, según su amigo, fue arrastrado por el agua cuando salió del su coche a un kilómetro de Sant Llorenç.

"Buenas, somos voluntarios". Un grupo de estudiantes de secundaria de Artà aparece entonces. Han acudido a la llamada de la solidaridad y recorren la calle arriba y abajo con escobas y recogedores. Se mezclan con los soldados de la Unidad Militar de Emergencias (UME), mejor equipados pero con las mismas ganas.

Más adelante, en la misma calle, una mujer saca cubos de agua de una planta baja. Allí vivía Juana, su tía, una octogenaria que murió en su cama al entrar el torrente en la casa, según cuenta su sobrina a Efe mientras se afana en vaciar la vivienda.

En Sant Llorenç se entiende hoy mejor que nunca lo caprichosa que es la suerte. A tan solo un par de portales de Juana, un vecino de unos 70 años cuenta cómo tener una primera planta en su casa lo salvó de la riada. Hoy, coloca a secar sus libros al sol y se dispone a coger la bicicleta para comprar algo en la parte alta del pueblo.

En esa zona no hay más barro que el que dejan las suelas de los zapatos. Los supermercados han abierto sus puertas y los clientes se afanan por limpiarse las botas al entrar, en un intento de normalidad imposible.

No hay lodo, pero se escucha en las conversaciones. "¡Este pueblo es un desastre!", grita a aire el dueño de un bar desde la ventana viendo pasar a gente con carretillas y cepillos atravesando la plaza de la iglesia.

Todos hablan hoy de Biel, el herrero; de Juana, la anciana que vivía sola, o de esa otra Joana más joven, vecina de Artà, que murió arrastrada por el agua tras salvar a su hija y a cuyo hijo de 5 años hoy todos buscan.

Y todos repiten una frase, entre la rara euforia de saberse hoy foco de todos los informativos y la tristeza y el "shock" por lo ocurrido: "¿Y a vosotros, no os pasó nada?".

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